capitulo 11

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Rose acudió a la reunión del colegio cargada de libros y sin dejar de pensar en James. Decepcionada y enfadada consigo misma, trabajó toda la tarde con su habitual eficiencia y, después, aceptó la ayuda de Mark para volver a guardar los libros en la tienda. Después de rechazar su oferta de tomar un café, Mark le dio un beso en el portal y salió disparado a casa para estar con su niña. Rose alargó la hora de irse a la cama, pero la llamada que esperaba no llegó. Aquella noche no pudo dormir. Por la mañana, James apareció en la librería tranquilamente. Rose estaba con una cliente y siguió con ella sin prestarle atención, pero Bel, tan rápida como siempre, se percató de la mirada que su jefa había lanzado sobre el recién llegado y lo atendió, toda sonrisas. En cuanto se quedaron solos, Bel, siempre tan discreta, dijo que tenía que salir a comer.

— No sabía que ibas a venir.

— Si te lo hubiera dicho, seguro que te habrías marchado a alguna parte — replicó James, apoyándose en el mostrador— . Tenemos que hablar.

Rose apretó los dientes al sentir un absurdo deseo de echarse en sus brazos. Afortunadamente, tres clientes entraban en ese momento.

— Ahora no puedo.

— Esta noche entonces.

— No. He quedado para cenar.

— Pues di que no puedes — dijo él entonces— . Me pasaré por tu casa esta noche. Rose se quedó petrificada.

— Ese era tu amigo de la universidad — sonrió Bel cuando volvió a la tienda.

— Sí. Pero no lo esperaba.

— Ya me he dado cuenta. Casi te desmayas — rio su amiga— . Ahora entiendo que no quieras salir conmigo esta noche.

Fue el sábado más largo de su vida. Cuando cerró la librería, Rose estaba tan tensa que se sentía enferma. ¿Por qué había cancelado su cena con Bel? ¿Por qué había aceptado la actitud de James, machista y dominadora? Ella no era así. Nunca había sido así. No hizo nada de cena. Si James tenía hambre, tendría que hacérsela él mismo. Estuvo bajo la ducha durante largo rato, pensando, dándole vueltas a la cabeza. Después, se arregló el pelo y se puso unos vaqueros. Estaba sentada en el sofá, tomando un té, cuando sonó el teléfono. Esperaba que fuera James y descolgó sin esperar que saltara el contestador. Rose se quedó helada cuando escuchó su nombre pronunciado por una ronca voz masculina y colgó el teléfono inmediatamente, maldiciendo al idiota que intentaba asustarla. Cuando sonó el timbre, corrió escaleras abajo y estuvo a punto de lanzar un grito cuando vio la rosa tirada en el suelo del portal. Histérica, abrió la puerta, con lágrimas en los ojos.

— ¿Qué pasa...?

James no terminó la frase al ver la rosa. Maldiciendo en voz baja, abrazó a Rose, musitando palabras cariñosas mientras ella se desahogaba sobre su pecho. Unos minutos después, la tomó en brazos y subió al apartamento. Sentado en el sofá, con ella sobre sus rodillas, acarició su pelo durante largo rato.

— ¿Te encuentras mejor?

— Sí — contestó Rose, secándose las lágrimas— . Perdona, es que me he asustado porque acababa de llamar. No soporto que haya alguien vigilándome... Perdona, debo estar hecha un asco.

— No, estás muy guapa — dijo James— . Más que guapa. Y anoche descubrí que no soy el único que piensa eso.

— ¿Qué quieres decir?

— Vine a verte anoche, pero te vi en el portal con otro hombre. Supongo que el rubio que estaba besándote era Mark Cummings.

— Ah, sí. Me ayudó a traer los libros. ¿Por qué no dijiste nada?

Una apuesta de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora