De todas las cosas que había pensado hacer aquella noche, tomar café con James Sinclair era la última que Rose hubiera imaginado.
— El café huele muy bien. ¿Puedo comprar coñac en algún sitio? — preguntó James.
— No hace falta. El marido de Minerva me regaló dos botellas en Navidad.
— ¿Te gusta el coñac?
— No, pero a Henry sí. Como a veces vienen a cenar a casa, lo tiene a mano.
— ¿Te cae bien?
— Mucho. Henry estuvo detrás de Minerva durante años. Me alegro de que cayera en sus redes por fin. Y lo más importante es que ella también se alegra.
— Debió ser una sorpresa para tu tía cuando le dijiste que te habías casado.
— No se lo dije entonces — murmuró Rose, sirviendo el café— . En realidad, se lo conté la semana pasada. Henry es abogado y le he pedido que lleve los trámites del divorcio — añadió, levantando los ojos— . Pero antes de hablar del divorcio, tuve que contarles que había estado casada.
James lanzó un silbido.
— Pues debieron quedarse de piedra.
— Desde luego. Aunque Minerva siempre se toma bien las cosas. Es la única persona en el mundo que siempre me apoyará, pase lo que pase.
— Al contrario que yo, quieres decir — sonrió él, irónico— . Por si te interesa, yo tampoco le he contado a nadie que estuvimos casados.
— ¿Ni siquiera a tu madre?
— A nadie. ¿Por qué rompiste tu silencio después de tantos años?
— Porque Anthony me ha pedido que me case con él — contestó Rose— . Así que he tenido que explicarle que no era posible. Pero no le conté por qué nos casamos.
— ¿No se lo contaste tampoco a tu tía?
— Sí.
— Pero a Anthony no.
— No. James sonrió.
— Se me había olvidado que a veces hablas solo con monosílabos. ¿Puedo preguntar por qué no se lo has contado?
Rose se quedó pensativa un momento.
— No veo razón para contarle algo que pasó hace mucho tiempo y que no tiene nada que ver con él.
— ¿Lo conoces hace mucho tiempo?
— Lo conozco de vista desde que era una adolescente. Pero empezamos a salir hace unos meses.
— ¿Estás enamorada? — preguntó James entonces. Rose apartó la mirada, nerviosa.
— Me gusta mucho.
— No he preguntado eso.
— ¿Quieres azúcar? Él sonrió, burlón.
Rose sabía cuál era la respuesta que no había querido darle. No estaba enamorada de Anthony. Aunque sus sentimientos por él no tenían nada que ver con James Sinclair. James tomó la taza de café con gesto sombrío.
— Perdona. No tengo derecho a inmiscuirme en tu vida. Y no, gracias, no quiero azúcar.
Ella se encogió de hombros.
— Vamos a tomar un poco de coñac. Por cierto, ¿has cenado?
— Sí. ¿Tú has cenado, Rose?
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Una apuesta de amor
RomanceRose se quedó de piedra cuando James volvió a aparecer en su vida... años después de su matrimonio de conveniencia. Ella entonces había amado a James, y había luchado con fuerza para superar su rápida separación. Cuando se puso en contacto con él pa...