Rose se despertó con lágrimas en los ojos y una sensación de pérdida que diez años no habían conseguido disipar. Cuando miró el reloj, saltó de la cama, maldiciendo la voz anónima que llamaba por teléfono y turbaba sus sueños.
- Qué mala cara tienes - le dijo Bel cuando entró en la librería- . Toma el correo y enciérrate en la oficina, anda. ¿Anoche te acostaste tarde?
- No. Es que no he dormido bien. Pero me voy al despacho, no quiero asustar a los clientes - murmuró Rose.
- ¿Pasa algo? Rose se quedó pensativa unos segundos.
- Mira, te voy a contar una cosa, pero no se lo digas a nadie. He recibido un par de llamadas anónimas.
Bel pareció sorprendida.
- ¿Preguntando cómo es tu ropa interior?
- No. Solo pronuncia mi nombre muy bajito y cuelga. No sé desde dónde llama. Ahora, de día, me parece una bobada, pero la verdad es que anoche me dio miedo.
- No me extraña. ¿Tienes idea de quién puede ser?
- No. Pero como además he recibido la rosa y la tarjeta... La verdad es que no me hace ninguna gracia.
- Le he preguntado a Mark si envió la rosa.
- ¿A tu hermano?
- Siempre le has gustado.
- Entonces éramos unos niños - protestó Rose.
- Eso ha dicho él - suspiró su amiga- . Pero para no volver a recibir llamadas nocturnas, desconecta el teléfono. Si alguien quiere hablar contigo, pueden llamarte al móvil. ¿Qué ha dicho Anthony?
- No se lo he contado.
- Entonces, supongo que no fue él quien te envió la rosa.
- No. Y no le ha hecho mucha gracia.
- Ya me imagino - dijo Bel, dándole un golpecito en el hombro- . Venga, yo me encargo de los clientes. Quédate aquí y descansa un rato.
Al final del día, Rose estaba tan cansada que no quiso ponerse a revisar facturas. Lo haría el domingo por la mañana, se prometió a sí misma. Subió a su apartamento y se dejó caer un rato en el sofá, pensando qué podría hacerse de cena. Cuando el teléfono empezó a sonar, su corazón dio un brinco... hasta que escuchó la voz de Anthony en el contestador.
- ¿Cómo estás, Rose?
- Cansada, pero bien. Hoy he tenido un día muy ajetreado.
- ¿Has pensado en llamar a tu marido? Sí, desde luego que había pensado en ello.
- Lo haré... en algún momento.
- Recuerda que no tienes por qué hablar con él. Después de todos estos años, sencillamente puedes informarle sobre tus intenciones a través de un abogado.
- Lo sé, Anthony.
- Entonces, hazlo - la urgió él- . Te llamaré el lunes.
Aunque a Rose no le hacía gracia que le metiera prisa, sabía que Anthony tenía razón. Ya era hora de pedir el divorcio. Pero no para casarse otra vez. Una vez había sido más que suficiente. Sabía dónde trabajaba James Sinclair desde que se convirtió en el vicepresidente de un prestigioso banco antes de cumplir treinta años. Fabia Hargreaves le envió un artículo que habían publicado sobre él y eso había dejado a Rose inquieta durante un par de días. Sabía muy bien que debería haberse divorciado mucho antes, pero el artículo renovó su determinación de esperar hasta que James diera ese paso. Mientras cenaba, tomó una decisión. Le escribiría una carta. Entonces, la pelota estaría en su tejado. Y si no contestaba a su carta, empezaría los trámites del divorcio sin contar con él. Aunque James no tendría razones para negárselo, seguramente estaría deseando divorciarse tanto como ella. Rose encendió su ordenador portátil y escribió una carta muy formal a James Sinclair informándole sobre sus intenciones. Después, para no arrepentirse, salió a la calle y la echó al buzón. Cuando las tiendas cerraban, Chastlecombe se convertía en un pueblo muy tranquilo durante unas horas, antes de que la gente saliera a cenar, y Rose solo se encontró con Elise Fox, que tenía una tienda de ropa de diseño frente a la librería. Después de charlar con ella durante unos minutos, volvió a casa, abrió el portal y... se quedó paralizada. Había una rosa en el suelo. Y no estaba allí cuando había salido de casa. Rose tomó la flor con manos temblorosas y miró hacia arriba. ¿Habría entrado alguien cuando ella estaba fuera? No. Claro que no. Su perseguidor debía haber metido la rosa por el cajetín del correo mientras estaba charlando con Elise. Rose se puso furiosa. Aquel hombre intentaba asustarla, pero no pensaba permitírselo. Cerró de un portazo, subió las escaleras de dos en dos y tiró la rosa a la basura, junto con la del día anterior. Después, desconectó el teléfono y encendió la radio mientras se hacía la cena. No pensaba dejar que un intruso arruinara su vida. El domingo comió con su tía Minerva y el marido de esta, Henry Beresford. Después de comer, Minerva envió a su marido al salón para poder hablar con su sobrina. Pero en lugar de contarle las cosas de siempre, Rose le confesó lo que debería haberle confesado muchos años antes. Minerva, tan elegante como siempre con un pantalón de pinzas y un jersey de cuello cisne, escuchó a Rose en silencio.
ESTÁS LEYENDO
Una apuesta de amor
RomanceRose se quedó de piedra cuando James volvió a aparecer en su vida... años después de su matrimonio de conveniencia. Ella entonces había amado a James, y había luchado con fuerza para superar su rápida separación. Cuando se puso en contacto con él pa...