Capitulo 6. Ojos que brillan

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ACLARACIÓN: Está al final de este capítulo.


Emily.

Siempre he pensado que los sucesos en la vida diaria de las personas tienen un porqué. Incluso las cosas más tristes, más deprimentes, más inhumanas, tienen un propósito. Crecí escuchando por mi madre, que Dios es a respuesta a casi todo. Así lo creía, y en cierta manera sigo haciéndolo. ¿Pero qué pasa con aquellas personas que sufren de las cosas más desalmadas que el hombre puede cometer?, ¿qué podemos decirles para hacerles sentir que no son tan miserables, cuando sí es así?. ¿Qué respuesta debemos de darles?. ¿Que si se sienten tan mal, lo único que deben de hacer es rogarle a Dios por un milagro?.

Las cosas no suceden así, no suceden espontáneamente. No existe eso en la vida real, y ni siquiera en los libros. Evidentemente, los caballeros en los cuentos no derrotan al malo con solo pensarlo. No todo basta con desearlo, con llorar por ello, como un niño pequeño hace. Detrás de cada gran atleta, hay un sacrificio de no ir a fiestas, de incrementar las horas de entrenamiento, de una estricta dieta, y todo por un sueño. 

Así como otros, yo también tenía uno, tan personal y vergonzoso que hoy en día no lo admito para mi misma, salvo en estos casos en que mi mente divaga sin cesar. En la secundaria sufrí de acoso. En ese entonces era algo común pero no se tomaba con importancia. No tuve las herramientas necesarias para defenderme. Mi madre no es de lo más curvilínea y con el paso de los años se notaba mucho más la diferencia entre ella y yo. 

Cada vez me preguntaban de dónde había sacado un cuerpo tan gordo si mi madre es tan delgada. Yo era una chiquilla, no sabía cómo contradecirlos. No sabía que eso no era malo. No está mal ser tu. No hay nadie como tu en el mundo. Siempre lo repetía. En segundo de secundaria mi cuerpo se había desarrollado tan rápido que la diferencia con mis compañeras eran tan notoria que las maestras me recomendaban una falda mas larga y holgada por que alborotaba a los niños precoces de mi salón. 

Nunca me se me pasó por la mente que mis compañeras me hacían sentir mal por envidia. Todos mis compañeros solían alabarme que era muy guapa y entre ellos, alejados de mí, cuchicheaban sobre mis atributos. Fui tímida desde pequeña pero con los hombres nunca tuve piedad de hacerles ver lo que pensaba. Varias veces fui a parar con la directora por mi comportamiento tan agresivo con los niños. 

Es por eso que en este momento, mientras espero a mi entrenador, me amarro una chamarra para tapar mi trasero. Uso la blusa más holgada que tengo y un sostén deportivo debajo. Varios chicos se extrañaron de mi atuendo, puesto que la mayoría de las mujeres que asisten al gimnasio usan ropa pegada y algunas un top. Pero llamar la atención es algo que no tengo ánimos de hacer; no dudo que soy atractiva ahora con los diecinueve años que he madurado. No obstante, no he pegado el ojo el toda la noche y las ojeras son muy notorias. Me he levantado temprano puesto que mi cuerpo no ha querido descansar y he venido tan temprano como he podido, después de ordenar mis cosas.

Un hombre alto de piel morena se abre paso entre las personas que están entrenando. Algunos lo saludan. Deja su maleta en una pared y se pone unas cintas alrededor del puño. Es algo que he visto hacer a los boxeadores en las películas. A continuación dirige su mirada hacia mi y me llama. 

 —Tu padre me habló de ti, mi nombre es Sebastián—en su voz había un acento colombiano.

— Me llamo Emily— le tendí la mano.

VIDA TRAS VIDA  SUSPENDIDA TEMPORALMENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora