Tras una taza de café negro bien cargado, Anjara abrió la puerta de su casa para marcharse a trabajar. Cruzó el umbral en el mismo momento en el que las agujas del reloj de la cocina marcaban las cinco y media de la mañana.
Las máquinas quitanieves comenzaban a hacer su trabajo a las afueras del pueblo. Limpiaban las carreteras al compás del amanecer gris que quería nacer. Las granizadas de los últimos días sumadas a las finas capas de hielo y a los copos de nieve que habían caído noches atrás, hacían intransitables las viejas carreteras de asfalto gris que escondían tantos secretos.
Octubre resplandecía en el calendario desde hacía quince días. Aunque ese clima no era muy común en esas fechas, el invierno había decidido adelantarse para sustituir al otoño, aunque no fuera bien recibido.
Anjara caminaba con mucho cuidado de no resbalarse, mientras sus botas crujían sobre el pequeño espesor de nieve pura aún sin manchar. Iba perdida en sus pensamientos, divagando sobre la esencia de ese silencio resguardado en el deslizar de los copos de nieve desde el cielo, que nada tenía que ver con el ruido del golpeteo de los granizos que habían chocado con las persianas de las ventanas de su habitación la noche anterior. Pensó en el silencio, y en el tamborileo de los distintos ruidos rutinarios. A Anjara le gustaba el ruido porque ese repiqueteo de sonidos la mantenía cuerda. El silencio le daba miedo, la ponía muy nerviosa, porque durante esos silencios nacían voces para las que a veces no estaba preparada, esos susurros tenían mucho que decir y no siempre eran cosas agradables de escuchar.
Al caminar se detuvo a percibir el eco de la nada a su alrededor. En esas horas en las que la mayoría de los habitantes del pueblo aún permanecían perdidos en sus últimos pasos en los brazos de Morfeo, ella pensó, sintió, y algo hizo 'clic' en su interior.
Fue al divisar la fila de árboles desnudos que vestían el perfil de la antigua plaza cercana al ayuntamiento, cuando una angustia no tan desconocida la sepultó. Llevaba sintiendo esa inquietud todas las mañanas en las últimas semanas, pero no lograba darle un significado real. Al igual que tampoco lograba recordar nítidamente las imágenes que habían poblado sus retinas durante sus propias ensoñaciones, y eso era algo muy raro porque Anjara era esa clase de personas que solía recordar cada fantasía al despertar. Pero desde que octubre había nacido, sus pensamientos oníricos se escondían agazapados en algún rincón de su mente, como si no quisieran ser encontrados hasta un momento determinado dentro del tiempo.
Anjara se perdió en la silueta de los árboles desnudos y en su corteza congelada, frente a frente contra la intemperie. No tenían la protección de sus hojas. Sin los vestidos engalanados que les regalaba la primavera estaban indefensos ante cualquier daño. Fue al dar vida a ese pensamiento dentro de su cabeza, cuando recordó que, a veces, así se sentía su corazón. Un poco vacío y muy desnudo, sin defensa ante los recuerdos de tiempos felices junto a sus seres queridos, instantes mágicos que sabía que ya no regresarían jamás. El indestructible acontecer del tiempo y de la muerte.
Meneó su cabeza en un intento de deshacerse de esos sentimientos de nostalgia que habían logrado penetrar muy dentro, pero fue en vano porque el paisaje que la rodeaba invitaba a ello. Ese paisaje típico de una postal de invierno incitaba a volver la vista atrás, a la reflexión, a abandonar el presente y caminar entre los fragmentos del pasado. Junto al aire frío e intenso, desde sus fosas nasales, consiguió la melancolía colarse en su alma hasta hacerla estremecerse en pequeños escalofríos.
La joven aceleró sus pasos. No quería pensar, no quería sentir, no quería recordar. Como una autómata comenzó a canturrear la canción Relinchos de libertad de una de sus bandas de rock preferidas, Bocanada, para intentar así acallar cualquier sentimiento que quisiera brillar. Sus pies trastabillaron en dirección hacia las oficinas en las que trabaja, porque sabía que solo entre las motas de polvo que debía limpiar y el orden en el que debía dejar todo, sus pensamientos se difuminarían.
Y lo consiguió. Consiguió olvidar por unos momentos. Sin embargo con el silencio regresaron otra vez los recuerdos. Los recuerdos de lo que no tenía, de lo que no conseguía alcanzar, de lo que no podía descifrar.
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HISTORIAS SILENCIADAS
RastgeleReminiscencias del pasado y del presente. Por mucho que algunos quieran hay historias silenciadas que nunca serán olvidadas. Porque las llevamos grabadas a fuego en nuestra sangre.