CAPITULO XVI: Solo te puedo amar a ti.

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Me suspendieron por una semana. Todos quienes asisten a ese colegio han sido los responsables de la muerte de Dieter, lo hostigaron de tal manera que no concibió mejor manera de ser feliz, que acabar con su propia vida. Desde el director hasta mis compañeros, todos son culpables y la única persona que trató de ayudarle, es quien finalmente terminó castigado por golpear a un estúpido neonazi. Siento rabia, no puedo creer que aquellas personas que supuestamente velan por nuestra educación, prefirieran justificar la discriminación de Arturo, antes que el atisbo de justicia que brotó de mis puños. –Nunca supe de ningún acto que atentara contra la integridad de aquel muchacho. A esta edad los chicos pueden ser muy molestosos, se hacen bromas, mas no son acciones que busquen destruir a nadie, es un juego de jóvenes que todos hemos vivido. Créame señor Prats, lo más probable es que la lamentable decisión que ha tomado el alumno Bazile, se haya originado en su propio hogar, ¿qué más se puede pedir de una familia de inmigrantes? Nosotros fuimos muy generosos en aceparle otorgándole una beca especial...- Es lo que el director trata de decirme en su intento por contenerme. Ya ha entregado mi sentencia, siete días sin clases, y ahora busca aminorarla con sus palabras, que de seguro cree son las más apropiadas, es el juicio correcto ante el suicidio de un pobre niño. –He asistido la mitad de mi vida a esta institución... Todavía recuerdo mis primeros años, esos en los cuales temblaba de miedo tan solo al ver esta estructura. Tenía pavor de enfrentar a mis compañeros, por eso nunca me defendía, ni siquiera podía pedir auxilio. ¿Sabe usted lo que es sentir vergüenza? ¿Creer que todas aquellas palabras hirientes son verdad? Lo último que uno quiere es preocupar a sus seres queridos y decide callar, limpiarse las lágrimas antes de entrar a casa y dibujar una sonrisa cínica, ocultar la tristeza para no contagiársela a quienes no tendrían por qué pagar las consecuencias de la propia debilidad...- Le digo a aquel hombre, aquel de poca cabellera, pequeños ojos que esconde detrás de unos enormes lentes, piel arrugada y cuerpo regordete, un anciano que podría darte confianza, pero que sin embargo en estos momentos comienzo a detestar. ¿Qué sabe él sobre lo que sucede en su escuela? ¿Alguna vez se habrá preocupado de sus alumnos más frágiles?

Como una tortura, los malos recuerdos de aquella época afloran fantasmalmente en mi memoria. Aquel día aparece por primera vez en mucho tiempo, aquella jornada en que no deseaba nada más que esconderme, ocultarme de los ojos ajenos para así no dar explicaciones, para terminar de ser una carga de aquella jovencita. – ¿Por qué no dejaste que su padre se hiciera cargo? Eras muy pequeña cuando te fuiste de casa, incluso aún ahora eres muy joven... Aquel hombre es un irresponsable, ¿Dejar de cuidar a su propio hijo solo por la muerte de su mujer? Renatito no tiene la culpa de su fallecimiento, no puede odiarle debido a que Fernanda haya muerto en el parto.- ¿Por qué cuando vives un momento traumático tu cerebro te depreda recordándote todo lo malo que has vivido? Ahí estoy yo, tratando de enjuiciar al director por su pasividad ante la muerte de Dieter. Mis palabras brotan de mis labios sin mayor esfuerzo, mientras mi mente se encuentra muy lejos de aquel despacho. Vuelo en el tiempo hasta aquella tarde luego de clases. Como era costumbre me detuve ante la puerta de mi departamento para secarme las lágrimas, olvidarme de las burlas de mis compañeros y sonreír, entregarle aquel regalo a Natalia. Sin embargo, mientras me mentalizaba, escuché cómo una mujer conversaba con ella. Tal parece que la conocía de antes, de aquella época en que era feliz viviendo junto a nuestros padres, aquellos días que yo destruí con mi nacimiento. -¿Cómo lo iba a abandonar? Él no se iba a hacer cargo de mi hermano, ni siquiera le estaba alimentando... Cuando escuché que lo daría en adopción, decidí que tenía que salvarlo y me lo llevé. Huimos y vinimos hasta la ciudad. Dejé de estudiar y me dediqué a trabajar mientras nuestras vecinas lo cuidaban...- Escuchar su voz, aquel cántico del único ángel que he conocido, me terminó por convencer que todo lo que oía era cierto. Natalia ni siquiera intuye que hace seis años me enteré de toda la verdad, está segura que yo aún creo que nuestros padres murieron en un accidente automovilístico. Algún día te retribuiré por todo lo que has hecho por mí, por todos los sacrificios que has tenido que hacer y por todos los insultos que has debido sufrir.

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