CAPITULO XXX: Sólo se necesita apoyo

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Me duele la cabeza y los ojos, es que no pude dormir en toda la noche. Pensé en todas las consecuencias que me traería el poseer VIH desde mis trece años, siendo la peor aquella que viene de la mano con la desgracia de Diego. No me podría perdonar el haberle arruinado la vida al hombre que amo. Primero fue la culpa por impedirle encontrar trabajo y ahora, destruir su salud a causa de una relación casual con un chico del colegio. ¿Qué me responderá cuando le cuente sobre mis dudas? ¿Me abandonará como castigo? ¿Debo decirle la verdad o debo esperar a confirmar si realmente poseo el virus? Esas y muchas otras preguntas bombardearon mi cabeza con inseguridades, fue demasiado trabajo y al final, no pude dormir. Ahora veo cómo los primeros rayos del sol invaden temerosos en mi cuarto. Nunca quiero ir a clases, solo que ahora realmente no me siento capaz de hacerlo.

Mientras combatía con mi consciencia sobre ir o no al colegio, irrumpe Natalia en mi cuarto. -¿Estás despierto?- Me pregunta aun cuando recién ha observado mis ojos abiertos. –Acabo de llegar de una fiesta y me he encontrado con Matías durmiendo en el sofá... usando tu ropa... y eso me pareció muy extraño... supongo que no son amantes... ¿verdad?- Me dice un tanto incrédula, como si temiera que me enojara por insinuar aquella conjetura. Claro, ella no sabe toda la historia detrás de cómo conocí al chico de los ojos celestes, solo imagina que somos amigos y nada más. La miro detenidamente por unos minutos, esos en los que ella comienza a impacientarse por saber lo ocurrido. ¿Debería decirle la posibilidad de haberme contagiado con VIH? Ella es toda mi familia y si realmente estuviera enfermo, necesitaré de su apoyo, pero me da mucho miedo, no quiero verla sufrir por mi culpa.

Finalmente no aguanto y comienzo a llorar como no hacía desde la muerte de Cata. –Lo que sucede es que... es que... posiblemente... me he contagiado... con el VIH...- Le digo entre sollozos, tiritando por el pánico que me da el estar confesándole mis pesares. El cuarto se repleta de un silencio sepulcral, mi hermana se ha quedado congelada y no me responde nada. Quiero saber si se ha enfadado, si está triste, si desea golpearme, cualquier cosa es mejor que esta indiferencia, esta paz tan inquietante que me tiene en vilo.

-¿Has tenido relaciones sexuales?- Me pregunta luego de un largo tiempo de espera. Debo reconocer que mi primera reacción fue reír. El hecho de tener tanta experiencia en aquel ámbito y que aun así Natalia crea que soy virgen, me parece de lo más cómico. ¿Cómo puede creerlo luego de saber que estoy de novio con un veinteañero? ¿Acaso piensa que solo nos hemos besado y nada más? –Bueno... tampoco soy un niño y ya sabes que estoy con Diego, entonces... no puedes seguir creyendo que sigo conservando mi lechuga... pero, sucede que antes de formalizar mi noviazgo, yo... tuve un idilio con Matías y ahora él... me acaba de confesar que tiene ese virus y... cabe la posibilidad que me haya... infectado...- Le digo de una sola vez todo lo sucedido, no quiero seguir ocultándole nada más. Nuevamente se crea un incómodo silencio. Ella mira a través de la ventana cómo las nubes se mueven por el cielo, frágiles y raudas mientras son embelesadas por la majestuosidad del Sol matutino. Espero a que reaccione, solo que eso me termina impacientando aún más. Me escondo entre las frazadas de mi cama, ante el miedo que me da su futura reacción. Nunca le he visto enojada, solo que la noticia amerita que ocurra lo impensado. Al rato escucho cómo la puerta se cierra, mi hermana se ha marchado sin decir palabra alguna, sin responderme ni confortarme como tanto lo necesito.

Su lejanía sólo produce que las lágrimas no cesen de transitar por mi rostro, humedeciéndolo y sumergiéndome en un profundo vacío. La he perdido para siempre. O eso es lo que pensaba, porque al rato abre nuevamente la puerta para dirigirme enérgicamente la palabra. –Vístete... tenemos que ir al doctor ahora mismo.- Salgo de mi escondite entre las frazadas y la veo con una tenida nueva, peinada y sin todo el maquillaje con el cual llegó, se ha arreglado para salir. –Tenemos que saber ahora mismo si tus inquietudes son reales... Pase lo que pase voy a estar a tu lado, te cuidaré y juntos saldremos adelante, ¿entendido?- Me dice convencida, como si nunca lo hubiese dudado. Claro, ¿cómo no pude confiar de su amor? Ella nunca me ha fallado, siempre ha estado en los momentos en los cuales más la he necesitado y ésta no será la excepción. Me levanto apresurado y corro a sus brazos, para dejar morir mi llanto en su pecho. No sé qué haría sin ella, es uno de los pilares fundamentales de mi existencia.

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