CAPITULO XXIX: Infectados

368 39 13
                                    


No sé cómo, pero me encuentro en esta casa, sentado a una mesa bien arreglada y rodeado de personas que lo único que hacen es verme con recelo. –Por tu culpa estamos en esta miseria.- Es lo que me imagino que piensa doña Verónica al verme de reojo, al mismo tiempo que corta delicadamente el filete de carne en su plato. De la nada aquel hombre que dice ser mi padre se ha mudado al departamento de enfrente, y como era de esperar, no dejó sola a su familia, por lo que para acompañarle está su esposa, que anteriormente estuvo casada con su primo, y el hijo de ésta, aquel que ha criado como un hijo, Kevin. En un principio pensaba que el rubio estaría enojadísimo, igual a como ahora lo está su madre, sin embargo, le encuentro cordial, suele sonreírme de vez en cuando al intercambiar miradas y cuando llegué, me saludó de beso en la mejilla y un apretado abrazo. ¿Tanto cambió al sentirse culpable de la muerte de Cata?

Por lo que él mismo me confesó, buscó la ayuda de Arturo para darme una lección. Matías había comenzado una relación con Kevin, solo que al enterarse que yo había terminado con Diego, decidió seguir con sus tácticas para conquistarme, dejando atrás el supuesto amor profesado hacia el rubio. Despechado, le pidió al otrora nazi que me propinara una golpiza monumental junto a su pandilla, como aquellas que siempre realizaba en las redadas a extranjeros, mendigos, prostitutas y por supuesto, homosexuales. Pues eso fue todo lo que hizo este muchacho, pedirle a un grupo de desquiciados que me pegara, que me desfigurara la cara con la única intención que nunca más le atrajera a Matías. ¿Quién no hubiera hecho lo mismo en su lugar? Bueno, para ser sincero, de que está loco, está loco, pero no soy quién para juzgarle, mucho menos sabiendo que él no le pidió a los nazis que mataran a Cata, eso es solamente culpa de sus mentes desequilibradas. He perdonado a Arturo por sus equivocaciones, ¿cómo no podré hacerlo también con mi supuesto primo?

Hace un par de minutos estaba estudiando pacíficamente en mi cuarto, bueno, en realidad estaba viendo videos pornográficos, cuando de pronto apareció Natalia para decirme que teníamos una invitación a comer. Me alegré por el entusiasmo de mi hermana, así es que apagué el computador y me vestí de la mejor manera posible. Creí que sería un nuevo pretendiente, que querría presentarnos a su familia, ya que tal vez esta sería la vez en que le pedirían matrimonio, sin embargo, al salir de casa solo tuvimos que dar un par de pasos para llegar a nuestro destino: el departamento de don Benjamín. –Nos invitó a cenar porque quiere que comencemos a llevarnos bien... sé que no te agrada y tienes motivos de sobra, solo que yo... yo...- Mas no pudo seguir con sus palabras. Sé lo que sucede en su corazón, la conozco a la perfección y estoy seguro que extraña a su padre, que ha soñado por largos años el reencontrarse con su progenitor y yo no soy quién para impedírselo. Si ella desea retomar la relación filial con aquel hombre, yo la apoyaré, estoy seguro que será feliz de aquella forma, tan solo que no caeré en las mismas tácticas. Él no será mi padre, me abandonó cuando era un recién nacido y ahora no puede pretender que olvide todo el sufrimiento que aquella decisión acarreó.

-Pensé que comías de peor manera, digo... aún recuerdo aquel bochornoso espectáculo que nos diste en la mansión.- Aparece de la nada la voz de doña Verónica. Tal parece que la estirada artificial todavía recuerda lo que hice la vez en que su hijo me invitó a su casa, a hacer un trabajo de la escuela. Unas imágenes erráticas aparecen en mi mente, poco a poco rememoro lo que hice y finalmente, no puedo parar de reír. –Pues para mí no fue nada gracioso, señor...- Responde una voz sepulcral a mi espalda. Ni siquiera me había percatado, y es que he estado perdido en mis pensamientos; pero Jaime, el mayordomo de aquella ocasión, está sirviendo los siguientes platillos. Claro, agarré el trasero del anciano para hacer enfadar aún más a aquella señora tan engreída. Ahora sí que la risa se apodera de mi cuerpo por completo, es tanta la intensidad que debo retroceder junto a mi silla, para impedir que mis espasmos golpeen la mesa. –Parece que desde ese entonces has comido más, porque tienes el trasero más relleno... ¡Tome Guapetón!- Le digo al hombre mientras golpeo su trasero asustado. Todos me observan extrañados. ¿Para qué me invitan si saben cómo me comporto? No me inmuto en seguir con mi ataque de risa, así puede ser que no tenga que venir nunca más. Para mi sorpresa, solo pasan un par de segundos para que Kevin se contagie con mi alegría. ¡Santa Cachucha! Éste se la pega a Natalia y ella a don Benjamín, y ese desgraciado al mayordomo con trasero de señora. ¡Todos se ríen! Bueno, casi todos, porque Verónica sigue tan inexpresiva como siempre, ¿será que tanto botox le ha quitado ya las expresiones faciales?

Baby PornographDonde viven las historias. Descúbrelo ahora