004. Chico malo.

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Carl movió su cabeza que se encontraba de una extraña forma en el espacio entre mi cuello y mi hombro, mis ojos iban y venían a su recién pintado cabello negro, parecía una nueva persona, un nuevo Carl Day. Pensar en nuestro viaje a la gran ciudad se me tornaba extraño y no podía evitar preguntarme ¿El nuevo Carl Day seguiría siendo mi mejor amigo?

Titaniumville no quedaba a más de una hora y media de nuestra ciudad, así que no faltaba mucho para llegar. Desde que habíamos subido a nuestros asientos en la indispensable combi azul de papá mis audífonos habían tomado lugar en mis oídos y Carl en mi hombro, el sol apenas hacía estragos de salir de las montañas cuando Lenny Fitzpatrick puso su vehículo en marcha.

No era la primera vez que los Day y los Fitzpatrick viajábamos juntos en la combi de papá, solíamos viajar por lo menos una vez cada año pero aquella situación era distinta, debido a que nos mudábamos a una nueva ciudad.

La tensión podía sentirse en el aire; Cece, la hermana menor de Carl había tenido los brazos cruzados durante todo el camino, ella estaba aún más indignada que yo en lo que respecta al viaje doble. Era una chiquilla de diez años acostumbrada a tener lo que quería y en esta ocasión ella quería quedarse en la pequeña ciudad donde era la chica más popular de la escuela, era incapaz de entender que su madre igual que mi padre necesitaban un cambio en sus vidas, ambos perdieron a su compañero de vida y ahora la vida les sonreía nuevamente y les daba una oportunidad.

Susan estaba en el asiento de copiloto a un costado de mi padre, su cabeza descansaba pacíficamente en la ventana, dormitaba igual que su hijo.

De tal palo tal astilla.

Me giré a ver a Cece, quién además de mi padre y yo era la única perfectamente consciente, y enojada también. Fruncí el ceño sin poder evitarlo. Mi personalidad hacía que me fuera imposible ignorar esa clase de comportamientos, alguien tenía que bajarla de las malditas nubes.

—Eh, mocosa —le llamé en tono bajo para no despertar a Carl—.

La niña cuyo cabello rubio cubría la mayor parte de su rostro pecoso se giró a verme con una mueca de disgusto invadiendo toda su expresión.

—Mocosa o no, ¡No tienes derecho a hablarme así! —se limitó a responder girando la cabeza nuevamente hacia la ventana—.

Rodé los ojos.

—Derecho a decirte así o no es lo que menos importa ahora, tienes que dejar esas actitudes tan egoístas, no tienes cinco años, Celia —enfaticé mirándola fijamente, papá me lanzó una mirada de soslayo desde el retrovisor del frente— Mira entiendo que no estés del todo feliz pero debes ser empática, tu madre necesita un cambio y aún si no te agrada no tienes derecho a hacerle la vida imposible para que se arrepienta de sus decisiones, la familia no hace eso, ella te apoya y te anima a arriesgarte, a tomar las riendas de la vida, a no rendirte cuando las cosas parecen no tener solución.

—Rubia, aún si el Papa Francisco me dice lo que acabas de expresar, seguiré con la misma actitud —interrumpió Cece— Me está arruinando la vida, no actúes como si ella fuera una santa, no le importa si me quedo sin amigos, sólo le importa su propio bienestar.

Abrí la boca para responder pero fue en vano.

—Pues esa mujer quién según tú es la peor persona del mundo sigue siendo tu madre, vuelve a decir algo como eso y yo mismo me encargaré de deshacerme de todos tus posibles amigos en la nueva ciudad —masculló Carl, quién creía estaba dormido y todavía tenía los ojos cerrados—Y deja de hablarle de esa forma a Mistyboo, ella no tiene la culpa de nada.

Fotógrafa de Sonrisas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora