007. La cremita de mi cupcake.

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Cream en multimedia.

La salsa de tomate caía de poco a poco y se iba acumulando en la regadera del baño, pobre baño. Lo estaba estrenando de la peor manera, con un montón de salsa y queso dando un viajesito camino al drenaje.

Cuando Lenny me acompañó caminando hacía la residencia que quedaba a sólo unas cuántas calles de la pizzería me lanzaba unas cuantas miradas de decepción. Una que otra de estás mismas trataban de averiguar qué sucedía conmigo y podía verlo. Desde que en uno de mis enojos le grité que ni siquiera se tomaba el tiempo de comprenderme estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por lograrlo, pero era algo realmente muy difícil siendo que no estaba acostumbrado a analizar a las personas, más que para tomarles una fotografía y pasar al siguiente sujeto de prueba. Típico de él.

—¿Por qué le hiciste daño al pobre muchacho?—me interrogó con un tono de voz más calmado que el que había usado cuando entró a la pizzería.

—De pobre no tiene nada, es un idiota maleducado sin sentimientos que sólo busca hacer sentir mal a la gente.

—¿Y todo eso lo dedujiste con haberlo visto una vez?

Me gire a verlo, él fruncía el ceño con franca ironía.

—No importa, sólo olvídalo.

Lenny hizo una mueca de tristeza evidente, algo dentro de mí se removió.

—Lenny—le llamé—. Sabes que mi intención nunca sería dejarte en vergüenza, es sólo que a veces me sobresalto mucho y mi paciencia es un asco. Lamento no ser el tipo de hija soñada que no te provoca problemas.

—En el fondo me gustan los problemas—respondió él—Son parte de la vida.

Sonreímos, hice la imitación con mis manos cómo si tuviera una cámara en mis manos para fotografiarlo y él comenzó a imitar el sonido del flash. Reímos ante la ironía de que nuestro deber siempre estaba presente en nuestras mentes, y eso de alguna u otra manera siempre nos unía.

Tallo con fuerza mi cabello, suelto un quejido cuando me da un calambre en una de mis piernas y escucho como alguien toca la puerta.

—¿Quién?—grito para hacerme oír por encima del ruido del agua cayendo de la regadera y chocando contra el suelo.

—El amor de tu vida—dicen detrás de ella.

—Ah, entonces no eres nadie—digo en voz baja aguantándome una carcajada mientras cierro la regadera y me envuelvo en una toalla.

—Te escuché—grita audiblemente Carl, quién se encuentra afuera.

La residencia de los abuelos consistía en dos casas. Cuando ellos se separaron decidieron derrumbar literalmente la casa en la que habían vivido los quince años de matrimonio que lograron mantener y hacer dos casas en el terreno que compartían económicamente. Así uno podía cuidar a una de sus dos hijas y el otro a la otra, quién sólo vivió cinco años y falleció. Vivirían muy cerca pero no estarían juntos, raro pero cierto.

Ahora Lenny y yo vivíamos en una de las casas y los Day en la otra, más cerca de lo que vivíamos en Lordesville. Por lo tanto algo me decía que tendría al mocoso teñido más cerca de lo usual.

Su simple presencia afuera de mi baño a las ocho de la noche era una clara respuesta afirmativa al pensamiento que ya tenía.

—Voltéate, que estoy saliendo de bañarme, tonto—aclaro antes de abrir la puerta, él suelta una exclamación antes de cubrirse los ojos con sus manos. Suelto una risita al ver que un sonrojo le comenzaba a subir por las mejillas y paso por un lado de él para llegar a mi ropero.

Fotógrafa de Sonrisas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora