001. La primera sonrisa.

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El cielo azul se encuentra encima de mí, mientras estoy recostada en el césped pacíficamente. Las hebras de la hierba pican en la tela de mi pantalón. Es una tierna mañana en mi natal Lordesville, una ciudad no tan grande, y de gente amable. Todos se conocen aquí, lo cual no siempre es una ventaja. Como cuando he llegado a escapar de casa queriendo ir al cine con mi mejor amigo y terminamos encontrado algún amigo o amiga de mi padre o de su madre.

En este momento estoy pensando en lo bello que es el cielo. Observo las nubes, la forma que tienen -ya sean esponjosas o simples-. Poseo una cámara increíble, la tengo justo en mis manos. Evidentemente, lo primero que me pasa por la mente es fotografiar las nubes antes de que cambien de posición o se deshagan a una forma menos asombrosa. Supongo que todo es así, ¿no? Debes captar las cosas cuando son diferentes porque cuando se vuelven igual que todo lo demás, termina con su atractivo.

Comienzo a pensar en lo que es aquella nube, aquella que está justo encima de mí: me pregunto si será simplemente una nube más en el cielo azul. Porque, a fin de cuentas, hay millones de nubes en el cielo. Por lo tanto, esa nube no tendría mucho de especial... a menos de que seas un fotógrafo acostumbrado a ver más allá de lo usual.

Cuando tenía siete años, mi padre Lenny me regaló mi primera cámara y me explicó que siempre, y en todo momento, tenía la obligación de llevar la cámara conmigo. Era más que nada, un lema y una tradición de los Fitzpatrick que le habían enseñado desde pequeño, que le habían otorgado como parte de la familia. Mi padre estaba destinado a continuar aquella tradición.

Todo era parte de un proceso no tan complicado de integración, de aceptación.

A pesar de que la mayoría de los Fitzpatrick han decidido desde pequeños honrar el apellido y dedicarse al oficio de la familia, algunos creen que dedicarse a fotografiar sonrisas es una pérdida de tiempo y en un intento por buscar más de lo que podrían ganar emprendiendo el oficio como nosotros se alejaron por decisión propia, o al menos eso es lo que el abuelo me ha contado.

Es un oficio único, para mí es como un conjunto de imágenes del que todos mis sentidos forman parte. Debo de ser perceptiva, observadora, detallista. Mi padre me crio de tal forma que tuviera presente a la familia en cada aspecto de mi vida y nuestro oficio era parte de la misma.

Él me entrenó así: tenía que captar todo con rapidez y facilidad. De esa manera la vida sería más fácil para todos; para mi familia, pero más que nada para mí.

Cuando presionas el flash a la hora de tomar una fotografía, si estás muy cerca del lente, la luz te aturde por varios segundos. Al momento que vez la fotografía, no te importa el segundo en el que estabas cegado; solo te importa cómo te viste en el presente o como te verás en el futuro. Lo mismo sucede con la vida: debes vivir cada día sin importar si existe una posibilidad de que te arrepientas.

Mejor intentar a quedarse con un deseo, en vano.

A lo que vengo. Debo de suponer que todos tenemos un nombre, y que ustedes se mueren por enterarse del mío.

Mistyday Fitzpatrick es mi nombre.

Restándole las burlas diarias cada vez que me cambian de escuela por el severamente inestable trabajo de mi padre, me parece que a mi madre se le ocurrían nombres ingeniosos. Mi hermana Cream tiene nombre de decoración para pastel y eso en lugar de darle burlas, le brinda amigos. Incluyéndome a mí, su novio Jules y nuestra mejor amiga Dory.

Mi hermana Cream, siempre ha sido muy querida por todo el mundo. No es la típica hermana llena de chispa. Es una mujer de cabello largo color café, como el de nuestra madre, quién nos dejó hace más de diez años. Después de la muerte de mamá, ella solía usar sus prendas y se negaba a moverse más de lo necesario, pero llegó un momento en el que decidió que la vida tenía que seguir.

Fotógrafa de Sonrisas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora