Dominik
Un sutil aroma a fresas hace que habra los ojos con cautela. Estoy en una habitación, completamente blanca, salvo por un sillón color crema.
—Por fin despiertas—murmuró una voz femenina a mi derecha.
—¿Llyse?—pregunte confundido viendo a la chica de pelo violeta. Yo la recordaba con el pelo azul.
Ella abrió desmesuradamente los ojos y abrió la boca un par de veces, pero no decía nada.
—¿Cómo sa-sabes mi nombre?—su labio inferior estaba entre sus dientes, suspuse que para evitar tartamudear.
—Eres amiga de Alice...—mi rostro no podía estar más deforme. No comprendía nada y como fuera una broma de estos, juro que los mato.
—No-no sé quién es Alice...—retrocedió.
—Si, también eras amiga de...—miré el techo intentando recordar aquel nombre—¡Billy!
—Y también estábamos en aquella especie de limbo ¿recuerdas?—seguí con prisa— A-aquel pelirrojo ¿qué ocurrió?
—Oh, cla-claro, Dominik—sonrió con miedo y apretó un botón que había cerca de la cama.
—¿Qué hago aquí?—me removí incómodo.
—Am...—en un movimiento nervioso, se rascó la nuca, y cuando por fin iba a hablar, una enfermera entró.
—¿Qué ocurre, señorita?—le susurró.
—Creo que está delirando...
¿Hola? Sigo aquí.
—Mejor será que se vaya, puede ser peligroso...
Una mueca apareció en mi cara y las miro con el ceño fruncido.
—Aviseme, ¿de acuerdo?—preguntó y la enfermera sólo asintió.
En cuanto Llyse abandonó la habitación, la enfermera me miró con miedo.
—Señor Santorski, voy a acercarme con cuidado...—sus palabras parecía que fueran dirigidas a un oso enfurecido en vez de a un chico confundido.
—Por favor, dígame qué ha pasado...
—Todo ha su tiempo...—poco a poco sacó su mano de su espalda, donde estaba una gran jeringa.
¿¡PERO QUÉ DIABLOS!?
—¡No, por favor! ¡Agujas no!
Tarde.
Mis ojos pesaban y poco a poco me fui durmiendo. Maldita enfermera hija de su madre. Me había sedado.
—Hola de nuevo, Dominik...—de nuevo la voz de la chica.
—Hola—tallé mis ojos y me senté en la incómoda cama—. Te agradecería que me explicaras que hago aquí.
—Oh, diablos, si—sonrió desde el asiento crema—. Te encontré en el baño de aquella discoteca ¿recuerdas la discoteca?
—Cla-claro que me acuerdo, fue cuando...
Me detuve al momento cuando la realidad me golpeó. Todo había sido un delirio de cuando estaba entre la muerte y la vida. Pero había algo que no encajaba. ¿Por qué estaba Llyse en mis delirios?
(...)
Hoy por fin me habían dado el alta y aunque quisiera que el maldito psicólogo no me hiciera las mismas puñeteras preguntas, él vendría todos los jodidos días a casa. Sabía que algo había cambiado, veía estúpido el suicidio, gracias a Llyse. Ella venía todos los días a verme al hospital y aunque las visitas fueran apenas de siete minutos, la enfermera dejaba que estuviera por horas.