Introducción

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Había una niña llorando en el bosque, tan pequeña y frágil que parecía un gorrión herido

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Había una niña llorando en el bosque, tan pequeña y frágil que parecía un gorrión herido. A su alrededor solo había árboles, algunos perdiendo las hojas en ese fresco día otoñal, pero otro meciéndose suavemente con el viento que corría allí. La pequeña apenas si percibió donde estaba, ya que estaba completamente aterrada, asustada, temerosa... y contenta.

Sí, la pequeña Violett estaba feliz porque acababa de descubrir algo que nunca imaginó en sus cortos seis años: era una Diosa.

Siguió sollozando sin poder contener las lágrimas, mientras abrazaba sus rodillas y metía la cabeza entre ellas. Estaba feliz, sí, ¿qué niño no soñaba con ser un Dios? Pero descubrir que era la siguiente generación del Territorio Rojo, el lugar donde su tiránico gobernante asesinaba a todos sus sucesores, le generaba también un miedo irracional.

En el Instituto al que asistía, había aprendido que el mundo se había destruido unos 994 años atrás, y que desde entonces, el único continente superviviente fue llamado de "Nuevo Inicio". Dispersos en esta nueva Tierra, aparecieron siete artefactos mágicos llamados "Cubos" que dividieron el continente en Territorios nombrados por el color predominante de cada uno: Rosa, Violeta, Azul, Verde, Amarillo, Naranja y Rojo.

Así que surgieron estos Cubos ellos anunciaron el nacimiento de un Dios, un recién nacido que llevaría el mismo color de cabello y ojos que su Territorio y que gobernaría hasta que el mágico artefacto designara una nueva generación. Este sería un sustituto para evitar el desgaste, la codicia y la avaricia que el poder podría generar.

Las primeras generaciones vivieron dentro del Cubo, empapados de su poder y gobernando desde el interior del artefacto, pero luego se percataron que tenerlo en su tamaño natural era propicio para que cualquier humano pudiera apropiarse de él y abusar de sus poderes. Así que, luego de creado el Concejo de Dioses, se decidió que los Cubos se redujeran a un tamaño considerablemente seguro. El único fuera de este Concejo era el Territorio Violeta, ya que la Diosa que allí gobernaba nunca había salido al exterior.

Pero de un momento a otro el Territorio Rojo se apartó, abandonando el Concejo y decidiendo permanecer en el poder eternamente. El Cubo Rojo, alarmado con tal actitud, decidió elegir una sucesora pero Seteh, enceguecido de poder, comenzó a asesinarlas una a una así que surgían.

Pensando en eso, la niña se preguntó cómo había logrado salvarse. Se talló los ojos en un intento de tranquilizarse y queriendo convencerse que ser una Diosa no era malo, sino que simplemente lo era de un Territorio en conflicto. Por suerte, de alguna forma vivía en el Territorio Verde bajo la protección de la Diosa Selba.

Había oído la discusión por accidente. Volvía del Instituto cuando oyó a un desconocido decirle a su madre que tenía que llevársela a educarse como la Diosa Roja que era, pero le costó entender que estaban hablando de ella. Ambos estaban tan absortos que no se percataron de la presencia de la niña, y ella huyó antes de darles tiempo a nada.

Había corrido hasta que sus piernas no dieron más, hasta que el bosque a su alrededor no era más que árboles y maleza. Cuando la venció el cansancio, se largó a llorar a moco tendido, jalándose el cabello castaño para cerciorarse que no se había vuelto rojo, pero seguía igual de chocolate que siempre. Pero algo en su interior susurraba que aquello no era más que magia para ocultarla.

Se quedó aovillada en el suelo fangoso hasta que llegó el crepúsculo. Los ruidos del bosque se volvieron tenebrosos y siniestros, y había demasiada sombra y oscuridad. Le invadió otro miedo más primitivo: el terror de estar sola e indefensa en un lugar peligroso.

De repente hubo un ruido de pasos y Violett se levantó de un salto. Se limpió la cara llena de lágrimas y mocos con el dorso de la mano y sollozó, mirando en dirección a una sombra que se movía detrás de unos árboles hasta que se transformó en la silueta de un muchacho de unos veintipocos años. Jadeaba, como si hubiese corrido hasta allí para encontrarla, y estaba despeinado.

La niña nunca lo había visto en su vida y no tenía idea de quién era, pero su presencia la llenó de una tranquilidad inexplicable. Él se acercó con pasos lentos, como quien se aproxima a un animal asustado, pero ella no se movió.

—¿Violett? —murmuró en tono incrédulo. La niña sorbió por la nariz y no dudó en correr hasta él para abrazarlo. El muchacho la alzó en vilo y le acarició el cabello para tranquilizarla. Sin necesidad de palabras, ella supo que él era su consejero asignado, su mano derecha, lo que allí llamaban Ancestro. Le rodeó el cuello con los brazos y apoyó la mejilla en su hombro, quedándose dormida al instante.

Rojo - Saga Dioses del Cubo 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora