XXI. El color de la sangre

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El Territorio Naranja era pintoresco, había valles, cerros y mucha vegetación

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El Territorio Naranja era pintoresco, había valles, cerros y mucha vegetación. Sin embargo, se encontraban en una zona desconocida para la mayoría. Un enorme edificio de piedra y arcilla se alzaba como una monstruosa joroba que contrastaba por su color terroso con la vegetación verdosa y brillante que la rodeaba como un abrazo. La construcción tenía altas columnas talladas, un techo abovedado y una escalinata arenosa que brillaba bajo la luz del sol. A pesar de imponente, parecía abandonado a su suerte hacía mucho, mucho tiempo.

Seteh estaba sentado en los primeros peldaños, con la espada clavada frente a él y apoyando el brazo en el mango, en una posición que parecía relajada, como esperándolos.

Noscere, en cambio, tenía los brazos tensos y una expresión iracunda que asustaría a cualquiera. El Cubo en su pulsera brillaba intensamente, como la luz de una llamarada, pero por alguna razón no actuaba. La espada de Seteh también brillaba, y Anubis sintió la presencia del fragmento de Aswad allí, en la empuñadura.

—Oh, vaya. No esperaba ver a todos aquí... —Los ojos carmesí de Seteh se posaron en cada uno de los presentes, mientras que Noscere siquiera se giró para mirar a sus hermanos. Estaba pendiente del más mínimo movimiento de su enemigo. El Dios Rojo estiró el cuello como si buscara a alguien más—. Ah, pero veo que mi querida Violett no los ha acompañado esta vez, y el pequeño Blanco tampoco —agregó con un gesto de repulsión. Aún se sentía molesto por haber sido expulsado y despojado de su Cubo por un niñato con aires de grandeza.

Se levantó con dificultad. Parecía que luego de haber perdido su objeto mágico también había envejecido. Sus músculos no respondían como quería y sus huesos comenzaban a crujir como pan tostado. Aún así, se irguió, apoyando las dos manos en la espada y alzando el mentón en un gesto que se asemejaba al de Selba.

Anubis tembló. Esa mirada le recordó la sangre de su familia que había sido derramada por su culpa, y el vello se le erizó con solo recordar que había estado apunto de morir en sus manos. Aterrada, sintió que Aswad le transmitía un poco de calidez para tranquilizarla. Sin embargo, el fragmento en posesión de Seteh no respondía.

—Aunque veo que ese mocoso les ha ayudado... —añadió ladeando la cabeza mientras contemplaba los Cubos de Dana, Rhodon y Noscere.

Hizo una pausa en la que un aire cálido y espeso se arremolinó alrededor de todos. Tenía un toque de magia desconocida pero poderosa. Seteh aprovechó la oportunidad y se movió rápidamente hacia ellos. Fei Long tiró de Selba para colocarla detrás de sí, pero Anubis ya estaba frente a ambos con un domo protector alrededor de los tres. El polvo se levantó como una tormenta de arena y no pudieron ver nada más allá de la pared invisible. El Dios Azul se irguió y contempló a la desconocida Diosa Negra; aparentaba tener no más de quince años, y tenía los brazos tensos, temblando por el esfuerzo, y una gota de sudor le resbalaba por la sien. Por alguna razón, no podía hacer uso completo de su magia. Ella percibió su mirada y se volvió hacia él negando con la cabeza.

Rojo - Saga Dioses del Cubo 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora