I. Leona rebelde

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—¿Qué hiciste esta vez, Violett? —exclamó Lia levantando las manos en un gesto de fastidio

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—¿Qué hiciste esta vez, Violett? —exclamó Lia levantando las manos en un gesto de fastidio. La muchacha le esbozó una sonrisa sin emoción. Tenía sangre en la nariz y el cabello ondulado y rojo más encrespado de lo normal. Su ropa tenía marcas de arañazos y tirones, como si la pelea hubiera sido contra un animal salvaje.

Eran ya incontables veces que Lia Byriam iba a buscar a su hija a la Central Armada de Sauta, la capital del Territorio Verde donde ambas vivían desde que la niña había nacido. Ahora ya no era tan niña, tenía diecisiete años y se metía en problemas cada vez que tenía oportunidad. Desde que se había enterado que era la Diosa Roja, no hacía más que llamar la atención y golpear a todo aquel que se metiera con ella. Muchos de sus compañeros de clase le temían por su personalidad agresiva y la llamaban de "leona rebelde".

—Nada de importante —le respondió escueta, levantándose del asiento de madera donde estaba y dirigiéndose a la puerta feliz de poder irse de allí de una vez—. Soy una Diosa y puedo hacer lo que se me dé la gana —murmuró entre dientes mientras pasaba por su madre.

Lia suspiró de forma cansina. Nunca había imaginado que su hija se volvería así de fastidiosa al enterarse de su verdadera condición, pero no lo había podido evitar. Desde el momento que percibió que ella había escuchado su discusión con Rumi, el Ancestro de Selba que quería llevársela para educarla, y luego había vuelto en brazos de William, sabía que nada volvería a ser como antes.

Y lo que más le enojaba era justamente William. Este muchacho había desaparecido luego de ser asignado como Ancestro de la pequeña Violett, incluso Selba le había dicho que se había ido del Territorio y apenas regresaba unas pocas veces, y en ninguna de ellas había ido a ver a Violett. Era como si se deslindara de la responsabilidad, pero esa vez, ese momento en que la pequeña lo necesitó, estuvo ahí para ella. Luego de eso, volvió a desaparecer.

Lia firmó el papel que el soldado le extendía y salió detrás de Violett con pasos rápidos, ya que la muchacha caminaba velozmente hacia su casa.

—Tienes que dejar de hacer estas cosas. No vas a lograr que Selba te expulse por más que quieras.

Violett apretó los dientes, pero no respondió. Desde que había sabido la verdad, había querido salir del Territorio, ir en pos de Seteh, arrancarle el Cubo Rojo que le correspondía por derecho y ser finalmente la Diosa que era. Pero Selba sabía sus planes incluso antes de ponerlos en práctica.

Había ido con Rumi al día siguiente de saber que era una Diosa, pero las clases de educación e historia de Dioses le había resultado demasiado aburridas. Logró que Selba en persona le diera clases, hasta que le colmó la paciencia y decidiera dejarla como estaba: rebelde y en el Instituto de la ciudad con todos los demás. Creció entre peleas callejeras y chicos rudos, pensando que así podría hacer que Selba no permitiera más su estadía allí y la enviara directo al Territorio Rojo. Pero todo fue en vano.

Llegaron en silencio a la casa y Violett fue directo a la ducha a quitarse la mugre y la sangre de su cara. Se tomó todo el tiempo del mundo y se tiró en la cama en seguida, a la espera que su madre durmiera y así escapar en el medio de la noche.

Rojo - Saga Dioses del Cubo 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora