XVI. En peligro de muerte

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Selba oyó los gritos y las exclamaciones, y se incorporó con dificultad sobre el catre, pero aún así no alcanzaba la pequeña ventanita que estaba sobre su cabeza

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Selba oyó los gritos y las exclamaciones, y se incorporó con dificultad sobre el catre, pero aún así no alcanzaba la pequeña ventanita que estaba sobre su cabeza. La luz se colaba tenue y pálida, pero lo suficiente para iluminar la mazmorra. En una esquina estaba la bandeja de comida vacía. Desde que Seteh la había visitado y le había contado de los bebés, había reunido el valor de dejar la huelga de hambre y vivir por las pequeñas vidas que se estaban desarrollando en su interior, por más inverosímil que aquello le pareciera. Incluso con la duda de que fuera cierto, no iba a arriesgarse.

Por alguna razón se acordó que se acercaba el Día del Cubo y se sintió enojada al saber que ese año no se realizarían las festividades. Su mente remitió al momento en que recibió el Cubo de las manos de su padre, el momento en que se lo pasó por el cuello culpándola de la muerte de sus padres. Que era un error.

Enajenada, soltó un grito de impotencia.

—¡Hey! ¿Su divinidad Fei Long?

Desconcertada, Selba miró hacia la ventanita de donde provenía aquella voz desconocida. Un par de ojos rasgados se asomaron, curiosos, rastrillando el interior de la mazmorra.

—¡Encontré a la Diosa Verde! —volvió a gritar, y Selba se preguntó quién rayos era él.

Había sentido que Violett había levantado un muro protector alrededor del Castillo, pero al parecer no le afectaba a él. Sólo había una respuesta a ello y era que no era de su Territorio, ya que la magia de su Cubo, y más en manos de una traidora, no funcionaba bien en quienes eran extranjeros. Riendo con ironía, seguro eran azules que venían por Fei Long.

—¡Oh, mi Diosa! —exclamó otra voz, más lejana, seguramente alguien que no podía llegar hasta la ventana.

—¡Kento! ¿Cómo piensas sacarla de ahí sin que se entere la falsa Diosa? —dijo una tercera voz, esta vez femenina, con un tono de regaño que parecía la de una madre enojada.

Si la Diosa no llega al Cubo, el Cubo llegará hasta la Diosa —parafraseó el primero que había hablado, seguramente el que se llamaba Kento.

Selba alzó una ceja. Aquel rescate no podía ser más inverosímil. Se quedó callada todo el tiempo mientras aquellos desconocidos luchaban con los barrotes hasta que cedieron al fin.

—¡Enji! Tú que eres más delgado, baja y ayuda a la Diosa a subir hasta aquí —exclamó Kento. Tenía una voz divertida, como si siempre estuviera contando chistes y no dando órdenes.

La Diosa oyó un bufido y un par de pies se metieron por el agujero, hasta que un muchacho joven cayó con un leve sonido sobre las piedras del suelo. Hizo una mueca mirando a su alrededor y luego se fijó en Selba. Ella lucía demacrada y tenía la piel de las mejillas pegadas al hueso, con enormes ojeras.

—¿Quiénes son ustedes? —preguntó ella mientras retrocedía un par de pasos. Si lo observaba bien, el muchacho le hacía recordar vagamente a Fei Long por sus rasgos finos y los ojos tan característicos de su Territorio.

Rojo - Saga Dioses del Cubo 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora