Violett, más conocida como "leona rebelde" por su personalidad conflictiva, es la nueva Diosa del Territorio Rojo, el cual está actualmente bajo la tiranía de Seteh, su antecesor. Revelar su existencia sería un suicidio, pero ella está dispuesta a h...
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Cuando los soldados rojos ingresaron en el Territorio Azul con órdenes de la nueva Diosa Violett, el pueblo se había rendido sin más. Chuang había seguido las órdenes de Noscere y había sacado casi la mitad de la población, pero otros se habían quedado porque no querían abandonar su hogar.
En Lazaward los cerezos estaban en flor, pero no había belleza que opacara la atrocidad que exhibía la Plaza Central: Chuang, Min-Ho y Kumiko, los Ancestros del Dios Azul, estaban colgados del cuello como un recordatorio que Fei Long no estaba allí y los que dictaban las reglas eran del color de la sangre derramada.
Kento Wang no podía creer lo que sus ojos veían. Había vuelto de la ciudad vecina, Puleun, y aún cargaba con su bolso de viaje cuando dobló la esquina y se topó con aquella barbaridad. Elevó una plegaria a su antepasado más lejano para que cuidara de sus almas y siguió el camino hacia la casa de sus padres.
El edificio a donde se dirigía era ocupada por sus progenitores, sus tíos y sus primos, sin embargo, cuando puso un pie allí saludando con un "ya llegué" y una inclinación, el salón principal estaba más abarrotado que de costumbre. Habían primos lejanos y algún que otro pariente que conocía de vista porque todos descendían de Tai Wang: uno de los hermanos de Fei Long, cinco generaciones antes de la suya.
La familia Wang se había mantenido como una de las más influyentes en lo que a artes marciales se refería, manteniendo las tradiciones del antiguo mundo casi intactas. Pero el saber que uno de sus antepasados más importantes había caído en batalla era algo que no podían tolerar. Fei Long había nacido y crecido en ese seno familiar, no podía haber sido derrotado sin más, no importaba el oponente al que se enfrentara.
Pero como todo, las noticias corrían como la pólvora de los fuegos artificiales y pronto la familia Wang supo que quien estaba detrás de lo que le había pasado a su Dios, además de Seteh, era una niña que no llegaba a los dieciocho años, que le había robado a Selba y mantenía a ambos prisioneros. Con el alivio de saber que Fei Long estaba bien, los Wang decidieron que, además de salvar a su Dios, debían rescatar a un miembro de la familia. Porque, sin importar quien era, no se dejaba a ningún Wang atrás.
—¿Iban a salir a una misión de rescate y no me llamaron? —dijo Kento Wang con una sonrisa, y su abuelo Wang abrió los ojos de la sorpresa y se levantó con dificultad para acercarse a él. El muchacho se dejó abrazar, sonriendo por la calidez de la bienvenida.
Su madre también se abalanzó, recibiendo a su único hijo que se había ido por casi cinco años. Kento saludó a unos primos, a unos tíos, a algún que otro Wang cuyo rostro no le era familiar. Incluso allí estaban los Wu y los Zhou, parientes por parte del otro hermano de Fei Long: Shen Wang.
—Yo quiero participar —exclamó entonces Kento cuando todos volvieron a sentarse y él se abrió paso hasta el medio del salón, al lado del abuelo Lee—. Sé que varios aquí son tan buenos como yo en lo que las tradiciones familiares se refiere. Reuniré un equipo y partiremos al amanecer —concluyó sin dejar lugar a protestas u otras ideas. El muchacho se caracterizaba por hacer lo que le parecía correcto siempre a su modo, sin pedir permiso o siquiera avisar y aunque a todos le molestaba su forma de ser, siempre le iba bien.