Capítulo 13.

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12 de abril.


Las luces de neón se entremezclaban entre sí sobre el mostrador de cristal del club, proyectando extrañas formas de peculiares colores sobre el rostro del muchacho que llevaba lo que parecían horas recostado contra ella. Se mordía el labio inferior con ahínco mientras degustaba un ligero bocadillo, repartiendo su peso de una pierna a otra con evidente fastidio; me di el lujo de observarlo de arriba abajo, vestía unos pantalones capri ceñidos, zapatos bajos de cuero marrón, y uno de sus habituales suéteres de color pastel.

El guardaespaldas que no había abandonado mi lado desde mi llegada al club gruñó, con su acento español marcado, en un oxidado y poco pulido inglés:

—Al jefe no le gustaría saber que le está mirando el culo a su esposo.

Me reí de él, haciendo que la camarera rubia embutida en un apretado vestido plateado me rellenara el vaso con más escocés. Pietro era sencillamente hermoso, moreno y menudo, pequeño y perfecto para tenerlo sentado en el regazo durante todo el día; el típico esposo trofeo que cualquier hombre desearía exhibir en sociedad. Más no Luciano, quien, tras varios años de matrimonio sin sentido se había enamorado irremediablemente de él; decidí hacerle caso a José, y apartar mi mirada de allí, aunque no hubiese estado mirándole con fines lujuriosos como él pensaba. El pequeño italiano me recordaba a Nathan, con sus brillantes ojos grisáceos que hacían que uno se le quedara viendo embobado y la sonrisa honesta suavizando sus facciones, sirviendo de recuerdo para no olvidar que la inocencia de sus escasos años no se había evaporado del todo.

Suspiré con resignación, había hecho el corto viaje a España por consejo de Jamieson para poder pasar unos días tranquilos y no pensar en Nathan, pero todo me lo recordaba. Que si el rojo del cóctel que me habían servido en la sala VIP nada más llegar, que si el nombre del encargado del club, que si el marido de uno de mis más allegados conocidos.

Los padres de Pietro eran un par de reconocidas figuras mediáticas; ella, una actriz de telenovelas de su época, y él, el famoso productor de cine italiano de su generación; por tanto, el pequeño chico de piel aceitunada no tardó en ser introducido en la industria familiar. Con tan sólo doce años Pietro había debutado en televisión haciendo un comercial de cereales cuya marca internacional lo había hecho conocido por todo el mundo, luego, con quince recién cumplidos le había sido ofrecido un contrato millonario para una casa de diseñadores suecos interesados porque desfilara para ellos; desde entonces su vida como top model le había hecho crecer muy aprisa. Según lo que me había contado Jam, quien me había presentado a los Gaetani años antes, cuando la empresa hasta ahora era un edificio de dos pisos sin son ni ton, ambos se conocieron en una sesión fotográfica cuyo objetivo principal era destacar la juventud del modelo.

Habían pensado que el lugar indicado para hacerlo era su Roma natal, y sin quererlo habían coincidido en la sala de juntas, para concretar los detalles del proyecto, del edificio principal en donde, casualmente, también se reunirían los empresarios de élite entre los que se encontraba su futuro marido. Tuvieron su romance fugaz, y meses después el mayor de la pareja, constatando que no sería capaz de dejar ir a alguien tan especial como el modelo, le hizo la propuesta en pleno aeropuerto, antes del vuelo Roma-París que indicaría el final de su breve relación.

Volví a la realidad cuando Luciano apareció por la puerta de cristal ahumado de la entrada, agarró al moreno de la mano y lo dirigió en dirección a la mesa en que me encontraba sentado.

—Hombre, Samuel, por fin te veo de nuevo. —Soltó de improvisto, dándome unas palmadas a la espalda mientras se sentaba a mi lado. Le besé las dos mejillas a Pietro, y tras sonreírle, me volví a acomodar en el sillón de cuero negro. — ¿Y qué, dónde está tu chico? ¡No me digas que aún no le has pedido en matrimonio! A ver si alguien se te va a adelantar...

Meant to be truly love.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora