Capítulo 4.

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01 de febrero.

Como no tenía maleta alguna, e iba a ser un viaje corto de fin de semana, solo metí tres pares de jeans, camisas y ropa interior en mi bolso de cuero. Rosie insistió en que lo comprara, era bonito, a decir verdad. De cuero marrón, al igual que la mayoría de mis pares de zapatos nuevos, combinaba bien con mi atuendo del día de hoy. Que consistía en unos pantalones de mezclilla claros, un suéter azul oscuro de cuello tortuga y mis botas marrones a juego con el bolso, que colgaba de una tira sobre mi hombro, al estilo bandolera. Apagué las luces de mi diminuto departamento, solté un suspiro exagerado y gasté mis últimas libras del mes en un café grande cargado.

No había dormido más de tres horas, me había quedado hasta después de la medianoche en la oficina terminando el resumen para Samuel. Llegué a mi apartamento a eso de las dos de la mañana y me levanté antes de lo normal porque el mensaje del señor Millerstone era claro: debía estar en la oficina temprano por la mañana. Así que ahí estaba: en el metro, a las 6:19 am. Bebiendo a sorbitos mi café mientras cabeceaba del sueño, esperando por mi parada.

Deseaba con fervor no quedarme dormido de pie y seguir de largo, sería muy humillante presentar la excusa de "me dormí en el metro y perdí mi parada" por llegar tarde.


(...)

-Buenos días, señor Millerstone. Jamieson -dije al entrar a la oficina de mi jefe, me sacudí algunas gotas de agua del cabello y les regalé una sonrisa amable a ambos hombres trajeados. -Pasé por la panadería, traje cafés y pastelillos. Cuidado, están recién horneados.

Les advertí, colocándolos sobre la mesita del centro. Me saqué el bolso y lo puse con cuidado encima de la silla de terciopelo blanco, luego me quedé de pie frente al escritorio de Samuel, esperando por sus próximas órdenes. El hombre rubio me guiñó un ojo con picardía, tomó un pastelillo con cobertura de vainilla de la caja, el café marcado con su nombre y desapareció por la puerta. No sin antes murmurarme en voz baja.

-Hoy está de malas pulgas. Mucha suerte, guapo. -Tragué saliva audiblemente, Samuel estaba sentado tras el gran escritorio de madera, en una postura regia, con una mueca para nada agradable pintada en el rostro.

Estaba claro, por la manera en que miraba su pluma, que estaba enfadado. Lo hacía como si quisiera derretirla solo con verla fijamente durante unos segundos. Los músculos de sus brazos resaltaban rígidos bajo la delgada tela de su camisa de vestir color cielo. Vaya, estaban tonificados y bien trabajados, saltaban a la vista los tendones y la musculatura fornida de sus brazos, hombros y espalda. Me pregunté si eran tan fuertes al tacto como lo eran a la vista. Pasaron varios segundos, a los cinco minutos, decidí hablar. Me sentía incómodo con que Samuel estuviera ahí sentado frente a mí, sin hablar, sin moverse, totalmente estático.

Ni siquiera parecía notarme.

-Se... señor Millerstone. ¿Necesita algo más de mí, señor? -pregunté, titubeante.

Reaccionó a mi voz como cachorro ante su amo, lo que me pareció raro, Samuel nunca se había mostrado interesado en mí más de lo normal. Me miró a los ojos fijamente, con intensidad, algo oscureciendo su mirada. Quité mis ojos de los suyos rápidamente, sin saber qué decir, me sentía turbado. Su voz me llegó suave, casi como un murmullo, pero aún así cortante.

-No, nada. Puedes retirarte si así lo deseas, Nathan -me dijo, su mirada seguía clavada en mí. Yo me ruboricé, él sonrió de medio lado, pero la sonrisa no le llegó a los ojos, y añadió: -A menos que quieras quedarte un rato conmigo mientras esperamos a que terminen de chequear el avión.

Meant to be truly love.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora