I.

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La ciudad de Verona, es quizá una de las más hermosas del mundo entero

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La ciudad de Verona, es quizá una de las más hermosas del mundo entero. Combina el pasado clásico, con la modernidad y siempre hay algo nuevo que ver. No hay modo de aburrirse en un lugar como éste. Es tan vital, tan pintoresco y tan lleno de gente recorriendo sus calles desde que la humanidad se conoce como tal.

Mi parte favorita es cuando amanece y el viento tibio llega cargado de aquel perfume a pan recién horneando. Hay una panadería al lado de este edificio de departamentos y una serie de comercios a lo largo de la cuadra. No me puedo quejar, tengo todo lo que necesito a mi alcance, un trabajo, un techo, comida y una plaza donde encuentro inspiración para pintar mis cuadros.

Sí, debería estar agradecido de la vida que llevo. No todos los de mi condición pueden decir lo mismo. Cada mañana cuando me levanto y la realidad me da en la cara, tengo que recordar dos cosas importantes. La primera es cuanto amo esta ciudad y la segunda, que la sociedad no me ama a mí.

—Vamos Miles—le digo a aquel joven de ojos claros que me mira a través del espejo. —Un día más, afuera ya amaneció, todo va a estar bien.

Quizá suene patético, pero soy afortunado por poder esconder mi condición de Omega. Nacer de este modo marca el inicio de una vida de miseria. Los omegas no tenemos más función sobre la tierra que vivir bajo la voluntad de los Alfas. No suena tan terrible, pero lo es. Me repugna la idea de tener a alguien mandando sobre mí, sin dejarme decidir por mí mismo.

Por eso vivo escondiéndome en mi pequeña habitación, donde apenas entramos mis pinturas y yo. Sí, soy pintor de poca monta como dicen los envidiosos, pero lo hago por amor. Es lo importante.

—Vas a llegar tarde al trabajo, Miles.

Suelo hablar conmigo mismo, aunque mis óleos me hacen compañía y escuchan cada uno de mis delirios. No es fácil ser un omega en esta sociedad tan injusta. No es sencillo levantarme cada mañana antes que el sol acabe de despertar, para remojarme bajo el grifo de agua e intentar en vano, despegarme de mi propio olor.

Hay días que me provoca revolcarme desnudo sobre los pigmentos de colores, frotarme entero con trementina y repasar las líneas de mi cuerpo con el aceite de linaza. Todo para disfrazar aquel perfume que me marca como un ser inferior.

Por precaución, siempre llevo un frasco de aquel aceite oloroso en el bolsillo. Para una emergencia. Uno nunca sabe...

Las prendas que uso, tienen el olor viscoso de los Alfas. Es tan penetrante, que en algunas ocasiones termino enredándome entre ellas y frotándome sobre la tela. Amanezco sudoroso y oliendo escandalosamente a omega. A pesar de que tomo supresores de celo todos los días.

—¡Mierda! Detesto mi propio olor. ¡Doble mierda! Ya voy tarde.

El departamento donde vivo tiene una escalera estrecha y le falta un peldaño en el centro. Un día me voy a partir el culo de una caída. No será hoy. Tengo que abrir el café y si no llego a tiempo voy a tener problemas con mi jefe.

Corpóreo y mundanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora