XXIII

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Clara atinó a agazaparse a mi lado, apenas escuchamos el sonido de disparos. Por la potencia del ruido, podía deducir que se produjeron en el corredor.

De Falco acababa de marcharse por ese camino.

Tenía que mantener la calma. Clara sollozaba aterrada. Era inútil intentar que guardara la compostura. Menos aún que se callara para dejarme analizar el panorama.

La secretaria de la delegación, se aferró a mi brazo izquierdo. Temblaba tanto que hacía que todo mi cuerpo se sacudiera con ella. Le indiqué que guardara silencio y se quedara escondida debajo del escritorio.

—¿A dónde vas? ¡No me puedes dejar aquí!—sollozaba Clara intentando retenerme. —¡Ana, no! ¡No me dejes aquí sola!

El tiempo nos era escaso como para desperdiciarlo en dar explicaciones. Clara, en su condición de beta, carecía de sentidos agudos como los míos. Mis oídos y mi olfato me indicaban que no teníamos escapatoria. En esa oficina teníamos solo una puerta. Las ventanas no servirían de nada puesto que estábamos en un tercer piso.

—Necesito que te serenes y dejes de llorar. —abrí el cajón de mi escritorio y obtuve un arma de donde solía esconderla en caso de alguna emergencia. —Tómala y no dejes que te maten.

Quizá debía considerar que la secretaria del Capitán no era un oficial entrenado. Carecía de experiencia manejando armas de fuego y resultaba imposible pedirle que actúe a la altura de la situación.

—Ana...no puedo hacerlo... —el rostro de Clara estaba cubierto de pánico y no quería recibir el arma de mis manos. —No puedo...

—Clara, escúchame. —hice que tomara el arma y la sostuviera.—Esto no es un simulacro. Estamos en grave peligro. Iré a contener el ataque. Necesito que te mantengas en silencio.

—No Ana, no me dejes sola... por favor...No te vayas. Es peligroso, no vas a poder tu sola...

Es mi deber, tengo que hacerlo. Es el camino que decidí emprender, es la profesión que elegí. Siempre lo supe, que un momento como este llegaría. Intenté prepararme para lo que viniera. Es hora de ponerme a prueba.

Clara sollozaba agazapada debajo de mi pupitre. Alcanzaba a verme y me rogaba en silencio que volviera a su lado. Le indiqué que no se moviera y avancé hacia la puerta.

En el corredor reinaba el caos. Humo denso, voces que no podía identificar y el sonido de disparos. Alcancé a oír a De Falco o tal vez fue mi imaginación. No podía saber si él consiguió salir antes de que empezara el tiroteo o si estaba envuelto en este.

Alguien se acercaba. Tuve que replegarme y buscar un escondite sin poder abandonar la oficina como tenía planeado. Mi olfato me estaba engañando, no, no era posible. Podía percibir el aroma de un omega volcándose por ese pasillo.

Suspiré profundamente intentando pelear contra la idea de que estaba sucediendo lo que tanto temía. Si es que estaba en lo cierto, entonces en realidad no teníamos escapatoria.

—¡Por favor, necesitamos ayuda! —la voz lastimera era de una mujer y entró antes que los pasos que la traían. —¡Por favor, necesitamos ayuda! ¡Está herida! ¡Por favor, alguien que nos ayude!

El timbre de esa voz me pareció ligeramente familiar. Debía ser mi imaginación. El olor a sangre entró con mucha fuerza. Era extraño, ese aroma era extrañamente perturbador. Me quedé en mi sitio, esperando que se acercara lo suficiente para ver de quien se trataba. No era seguro salir hasta saber lo que estaba sucediendo.

Por la rendija de la puerta abierta, pude ver que se trataba de una muchacha y una anciana. Ambas omegas, además. Su aroma era distinto; envolvente y perturbador. Tanto que por un instante me quedé sin capacidad de reacción. Era extraña la sensación que experimentaba, de pronto me sentía aturdida.

Corpóreo y mundanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora