Cap. 8

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*Narrador*

El viento soplaba fuerte golpeando las ventanas de cristal, los estruendosos rayos iluminaban cada rincón de Neverland, y una fría atmosfera se podía apreciar.

Y allí se encontraba la pequeña Alice, leyendo un pequeño cuento de misterio, un cuento que le hacía congelar la sangre; sintió como su cuerpo se entumecía poco a poco del miedo. Otro rayo cayó en la tierra fuertemente, haciéndola saltar de la cama, corriendo como alma que manda el diablo, a la habitación de Michael.

Al parecer Alice no era la única que le temía a los rayos. No hicieron falta las palabras, el al verla, hizo un pequeño espacio en su gigantesca cama adornada con telas finas y suaves, justo como a él le gustaban. Sus miradas chocaban, los ojos de Michael resplandecían en la obscuridad de la habitación, y así otro rayo más cayo. Ella se aferró a su pecho, y el resonó una encantadora risa. Le causaba gracia verla tan asustada. A él también de pequeño le asustaban los rayos, y al verla a ella tan asustada, quien era casi una adulta, le provocaba más gracia.

Lo único que la tranquilizaba a ella eran los latidos del corazón de quien ahora, era su padre adoptivo. ¿Qué clase de sensación sentía ella al escuchar esa palabra? ¿Las hijas y padres duermen de esa manera? Definitivamente no. Ella bien que lo sabía, pero sus intenciones nunca eran planeadas, era algo que nacía por sí solo, sin que ella o Michael lo planeasen.

En el viejo orfanato, siempre se escuchaba del grande Michael Jackson. Todo el grupo del orfanatorio se agrupaba alrededor del pequeño televisor para contemplar sus bailes, eso la maravillaba a ella. Y al conocerlo por primera vez, su corazón salto... Mas no se quería comportar como una obsesionada fan, su intención no era la de asustarlo, y se sorprendió lo perfectamente normal y humilde que podía ser la gran estrella. Teniendo toda la fama y dinero del mundo, la trato como si fuese alguien a su altura. Pensó estar loca al verlo en el orfanatorio, con una gran sonrisa en su rostro, dándole la noticia que ahora tendría una familia permanente. Ella al principio sintió miedo... Luego confusión, pero decidió no caer en malos pensamientos.

Michael por otra parte, se sentía frustrado, sus pensamientos parecían un remolino, trataba de desahogarse en la sala de ensayos de Neverland, pero siempre terminaba por caer en que... Probablemente las cosas no pasaron como el esperaba. El esperaba convertir a Alice en su pequeña, y que llegaría el día en que ella le llegara a llamar "Papa" pero ahora dudaba de que ese día llegase. Sentía miedo de sus pensamientos, de sus impulsos... Y de los de ella también.

¡Ella era tan solo una niña para el!

El mismo se regañaba internamente, y profundamente se odiaba así mismo, porque probablemente le ocasionaría algún daño a ella. Y también a su niña desdichada, que a pesar de estar en los cielos del cosmos, sabía bien, que ella siempre lo acompañaba.

¿Cómo se podía amar a alguien que nunca conoció, quien cuyo cuerpo ya no rebozaba de vida, si no de putrefacción e insectos? Se estaba volviendo loco, ¿Acaso algo estaba mal con él? O simplemente Alice llenaba ese vació que su niña desdichada no le había permitido conocer y llenar.

Alice ahora se encontraba profundamente dormida sobre su pecho. Se le veía tan tranquila, tan serena... Michael también cerró sus ojos, haciendo todo el esfuerzo para contemplarla unos minutos más, hasta caer totalmente rendido al martillo de Morfeo.

*Cuento leído por Alice*

El extraño.

En un pequeño pueblo, donde todos desconocían su ubicación, llego un extraño hombre extranjero, los murmullos acerca del nuevo visitante se escuchaban de calle en calle; mientras el extraño se paseaba entre los caminos, con semblante serio. Se situó en una pequeña posada, donde las paredes de madera desprendían un olor a moho. Ya en la privacidad de su habitación, retiro sus ropas sucias, para darse un baño rápido, pues le quedaba poco tiempo.

Ya listo, tomo su gran saco montándolo sobre su espalda, se adentró en el frondoso bosque, donde el viento pasaba silbante y atemorizante, los insectos cantaban, y pequeños ojos brillantes destilaban en las penumbras, como pequeñas joyas carmesí.

El hombre se adentró aún más en el bosque, ya lejos del pueblo, cabo un pequeño pozo, donde enterró 12 lingotes de oro. El hombre se sintió aliviado, como si se hubiera quitado un peso de los hombros. O eso creyó. Una densa neblina se aproximaba a e, y una ronca y atemorizante voz le decía:

- ¡¿Creíste que podías escapar toda tu patética existencia?! Devuélveme lo que es mío.

Un pequeño hombrecito salió a la luz, vestía simpáticas ropas de verde y negro, un alto sombrero, y zapatos con broche de oro. Su rostro eran tan horrible como el de un demonio, y su pestilente aliento inundaba el lugar.

Jamás se le volvió a ver al extraño hombre, los niños que jugaban en el bosque narraban historias de cómo veían cierto hombre vagando entre los árboles, y una densa neblina que se adentraba en él.


Padre adoptivo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora