Cry Baby

3. Sippy cup

La familia de Cry Baby era un desastre, pero, ¿por qué funcionaba? Porque ninguno sabía los secretos de los otros. Y si lo sabían, por lo menos no lo exteriorizaban. Así el alcohol, las infidelidades, la droga y los lloros no eran descubiertos.

Hasta esa noche. En la cocina.

Era una noche normal. Cry Baby y su hermano dormían. El padre de la familia estaba en una "cena de empresa". Pero la madre había vuelto a casa antes de lo habitual. Al parecer, se había peleado (e incluso habían llegado a las manos) con una de sus compañeras de borracheras y habían decidido mandarlas a casa. Pero ella no había terminado con su fiesta. Así que fue al minibar de la cocina y bebió y bebió hasta que cayó redonda en el suelo.

La despertó el ruido de la puerta cerrándose. Y risas. Una de su marido, pero otra, ¿de quién?
—Qué sorpresa —dijo, irónicamente, al ver a su marido (el que apenas la trataba como una esposa) agarrando y besando a otra mujer como nunca le había hecho a ella.
—Estás borracha, vete a la cama —le respondió y siguió a lo suyo.
—¡Lo que estoy es harta! —gritaba— Tienes dos opciones: irte por la puerta y no volver o atente a las consecuencias.
El marido la ignoró. Siguió besando a la chica que apenas tenía 30 años y tenía el pelo más largo y bonito que hubiese visto nunca.
Así que la madre decidió tomar la justicia por su parte.
Con la cocina dando vueltas por el alcohol, se acercó al cajón de los cubiertos y cogió el cuchillo más grande que vio.

Al mismo tiempo, los gritos despertaban a Cry Baby. Era tal su curiosidad que salió de la cama y fue a la habitación de donde provenían las voces: la cocina.

La madre había tenido un impulso. En su mente solo había una imagen de ella misma clavando aquel cuchillo en la espalda de su marido abriendo una herida mortal. Los amantes se encontraban ajenos a todo lo que pasaba. Para cuando se quiso dar cuenta, la sangre de la chica, con la que hace apenas unos segundos se besaba apasionadamente su marido, le había salpicado todo el cuerpo y corría por el suelo de la sala. Atrás quedaba el último suspiro que había podido dar aquella chica cuyo nombre desconocía. Solo tenía tres palabras en la mente y dirigiéndose al marido dijo:
—Es tu turno.
No hubo más ruidos ni más voces. Solo la sangre en el suelo de la cocina. Solo dos cuerpos inertes y una mujer que había perdido el juicio.
Cuando se dio cuenta de lo que había hecho, se percató de que aquello no era un impulso provocado por el alcohol: había cometido un asesinato. Se llevó las manos a la cara espantada por la atrocidad que acababa de llevar a cabo.
Entonces, percibió la presencia de la niña. Cry Baby lloraba. Pero en silencio, aún impactada por el shock de haber visto como su madre asesinaba a su padre.
"La niña no tendría que estar ahí", pensaba la madre, "no puede haber cabos sueltos". Sin tiempo para pensar, reaccionó: abrió el armarito y sacó una botellita que guardaba para una ocasión especial. Una especie de droga que te hace perder parte de la memoria.
"Todo será mejor" pensaba. "Ella no recordará nada, no tendrá un trauma y yo saldré impune".
—Bebe —le dijo.
Pero Cry Baby ni se inmutó. Ella no era su madre. Ya no.
—¡Que bebas he dicho! —le ordenó gritando.
La niña aterrada se bebió el contendio de la botellita.
Y se fue a dormir.
Y la madre tenía razón: al día siguiente no recordaba nada de lo sucedido y estaba tan feliz.
Aquella noche, la niña perdió su inocencia, pero al día siguiente, no se acordaba.