Prólogo

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El aroma del alcohol inundaba la fría y oscura habitación. Estaba derrotado, sentía como si su cabeza fuera a estallar y tenía una ganas inmensas de vomitar. Tal vez la noche anterior se había pasado un poquito bebiendo. Bueno, tal vez se había pasado bastante realmente. Sus cabellos negros estaban más despeinados que de costumbre y a pesar de que su barba normalmente era inexistente podía notar que un buen afeitado no le vendría nada mal. Se había descuidado en demasía las últimas semanas. Rió con amargura, estaba tan demacrado que hasta el simple hecho de mover la boca le producía un pinchazo de dolor.

¿Cómo había llegado a esa situación?

Hasta hace unos meses podría decirse que era feliz, que sus problemas consistían mayoritariamente en conseguir un buen tema para sus artículos en la revista.

¿Cómo su vida había podido torcerse tanto?

Sin duda era culpa suya por no frenar la situación y no dejar de revolcarse en su desgracia. Una desgracia que lo golpeó y le dejó sin aliento, tirándole al suelo helado.

¿Cómo pudieron traicionarlo de esa forma?

Uno de sus mejores amigos y su propio tío. Hubiese preferido un desengaño amoroso antes que eso.
Intentó levantarse para llegar por lo menos al sofá y evitar que se le congelaran hasta los huesos. Siempre había preferido el frío pero estar horas y horas en el suelo siendo invierno y sin calefacción alguna era demasiado hasta para él. Emitió un gruñido ronco al moverse y cayó al suelo de nuevo. Al parecer tendría que quedarse ahí un rato. Ignorando el dolor de sus articulaciones y se acurrucó. Tenía ganas de llorar de pura impotencia, sin embargo nunca conseguía llorar aunque quisiera. Las lágrimas se quedaban inmóviles en sus ojos. Su mente empezó a divagar y sintió la necesidad de volver a beber para olvidar. Suerte que el alcohol estuviera lejos y él no se pudiera ni mover, no podía pasarse todo el día borracho.

Estaba tan ahogado en sus pensamientos que no se dio cuenta de que llamaron a la puerta y posteriormente alguien que tenía las llave de su apartamento entró. Una joven y atractiva mujer rubia encendió las luces al llegar al salón; tenía el pelo largo, sujetado en una coleta a un lado, y los ojos chocolate. Él simplemente cerró los ojos con fuerza y se acurrucó aún más, la luz dañaba sus pupilas acostumbradas a la oscuridad.

—Dios mío, Fullbuster, apestas —la rubia puso una mueca de molestia.

Gray Fullbuster, exitoso periodista y joven talento, sólo gruñó desde el suelo. La chica se quitó el abrigo a pesar del frío y fue a encender la calefacción, tardaría un rato en hacer efecto. Dejó su bolso sobre la mesa y, luego, empezó a recoger las botellas de alcohol vacías que estaban desparramadas por el suelo. El olor se le hacía desagradable pero no podía dejar que su amigo, casi hermano, se hundiese y lamentarse eternamente.

—Gray, mueve tu culo y levántate, ¿terminaste el artículo? A Jason y a mí cada vez se nos hace más difícil cubrirte.

Siguió callado, con los ojos cerrados e ignorando a su amiga.

—Gray por favor, esto es serio. Como sigas así perderás tu trabajo.

Poco a poco la gélida estancia se volvía cálida, el calor le reconfortaba. Tosió para aclararse la garganta y abrió levemente los ojos.

—Sí —contestó al fin, su voz sonaba gutural y áspera.

—Sí, ¿qué?

Maldijo por lo bajo al sentir otro pinchazo de dolor.

—Sí, he terminado el artículo, Lucy. Está en la mesa.

Lucy Heartfilia, escritora en proceso y reconocida periodista, suspiró aliviada. Tiró las botellas que llevaba en brazos a una bolsa de basura nueva y la cerró para llevársela más tarde, al irse. Se acercó a su amigo y le ayudó a incorporarse para que pudiera sentarse en el sofá. Definitivamente, Gray tenía que darse una ducha urgente.

A cinco centímetros del EdénDonde viven las historias. Descúbrelo ahora