Lagrimas de un lobo. Libro dos, saga de Slow Death.

16.

– Vamos, arriba iremos a verla –. Dije levantándome del suelo.

– ¿Qué? –. Pregunto James anonado.

– Lo que oíste, iremos a ver a Meredith –. Sonreí.

– ¿Estás seguro? –. Asentí.

– Vayan ustedes, yo me quedaré aquí para limpiar un poco –. Asentí.

– Vamos –. James y yo caminamos hasta salir del edificio donde vivimos, era tarde, pasaba más de media noche. Cerca de las dos de la mañana, llegamos al cementerio, el ambiente era como película de terror, frío y tétrico el aire provocaba que las hojas de los árboles bailaran a su compás. Caminamos unos cuantos pasos, aquel lugar daba miedo.

– Es ahí –. Señaló James, ambos visualizamos una silueta femenina y unos sollozos que se escuchaban como susurros lastimosos se colaron por nuestros oídos.

– ¿Quién es? –. Pregunte.

– No lo sé, pero está frente a la lápida de Meredith –. Por un minuto pensé que se trataba de Marie.

– ¿Podría ser....? –. James me interrumpió.

– No –. Dijo seco –. No es ella, ella nunca amo a nuestra hija –. Los sollozos cesaron.

– Te equivocas –. La silueta hablo, la voz era inconfundible.

– ¿Qué haces aquí, Marie? –. Dijo James molesto.

– ¿Qué no es obvio? Vine a ver a mi hija –. James soltó una carcajada carente de humor.

– ¿Tú hija? –. Dijo sarcástico. – ¿Ahora sí es tu hija? Eres una hipócrita, después de que pensaste en abortarla, la dejaste a mí cuidado y desapareciste, nunca viste por ella ni nunca te preocupaste o procuraste por lo menos una ves en preguntar cómo estaba ella –.

– No fui la madre que ella necesito, eso lo sé. Pero por lo menos no falleció por mi culpa –. Esa había sido una mala jugada.

– Eres una maldita perra hipócrita –. Le escupí –. James hizo hasta lo imposible para mantenerla a salvo mientras tú estabas haciendo de las tuyas en otro lugar, el no tuvo la culpa de que otros lobos lo atacaran, y tú muy bien lo sabes –. La regañe –. Ni siquiera te dignaste en ir a su entierro –.

– Jodete –. Fue lo único que dijo.

– Nunca viniste a verla –. Dijo James.

– No podía, porque ella no era tu hija –.