«Existe un proceso mágico de vital importancia: El comienzo de un nuevo eón. Cuando no hay más remedio que pronunciarse el planeta entero debe ser bañado en sangre.»
Aleister Crowley
El Caos. El abismo infinito que existe más allá de la realidad, en el exterior de los mundos de los dioses y los mortales. No había nada en él y al mismo tiempo en este estaba contenida la esencia del todo, el flujo multicolor e inagotable del que los elementos de la creación se originaron. Estas energías colisionaban violentamente, dando origen a mares de relámpagos, huracanes de fuego e islotes que nacían de la nada y volvían a la misma al cabo de unos instantes, por cuenta propia o siendo destruidos por las bullentes energías del caldero cósmico. Aquel era un ciclo que se había repetido una y otra vez desde el amanecer de los tiempos.
Y en medio de un enorme islote hecho de fuego sólido y congelado se enfrentaban dos enormes dragones, más grandes que cualquiera de los que hubieran pisado nunca el mundo de los mortales. Uno de escamas rojas como la sangre, el otro de escamas doradas que brillaban como el sol.
Y junto a ellos estaban dos seres humanoides, uno de rasgos élficos y piel plateada, cuyos ojos eran negros como la noche, y su cabellera era blanca y marchita; el otro, un cíclope de flamígero cuerpo amarillo, con una cabellera como el sol y cuyo enorme ojo vertical era lo único que tenía por rostro. Ambos flotaban en el vacío, observándose desafiantes mientras las colosales criaturas destruían la realidad a su alrededor. Los rugidos de ambas bestias resonaron en el vacío multicolor, el campo de batalla de los mismos dioses, mientras sus garras chocaban entre sí, hiriéndose mutuamente.
—Ahora, acepta tu destino... —la tenebrosa voz del cíclope ígneo resonó en el vacío con un eco ensordecedor.
—¡Me niego! —contestó el de piel plateada.
El dragón dorado se movió rápidamente y con un brutal zarpazo empujó a su contrincante hacía atrás. La herida que le infligió parecía grave, pero empezó a sanar nada más al abrirse.
—No puedes negar mi existencia —fue la respuesta del cíclope.
Con un repentino movimiento el dragón rojo golpeó al dorado con un violento coletazo, lanzándolo contra la isla de fuego, creando un cráter con el impacto del cual surgió un geiser de llamas azules.
—Volveremos a ser solo uno —insistió solemne el cíclope de fuego.
—¿Y repetir el ciclo una vez más? ¿¡Y perder tanto!? —refutó frustrado el ser plateado.
Ante su reacción el dragón dorado emergió furioso del geiser de fuego, mientras la isla bajo sus pies se deshacía en un mar de hielo y relámpagos, abalanzándose raudo contra su némesis, solo para ser contrarrestado con fuerza titánica por otro coletazo de su doble rojo, quien era mucho más rápido y fuerte que él.
—No puedes escapar al destino —se mofó el cíclope—. No tienes alternativa. Y si te niegas a aceptarlo... ¡entonces te obligaré a hacerlo!
El aura del cíclope se transformó en un enorme pilar de fuego negro que se alzó como un torrencial desde su cuerpo, distorsionando la tela misma de la realidad.
El ser plateado se sobresaltó. No esperaba tal reacción de su adversario, pero tampoco podía permitir que lo sometieran de tal forma. No cuando había tanto en riesgo. Al igual que su oponente, liberó su poder en forma de una mística aura azul que se expandía por el espacio infinito.
En ese mismo momento los dos dragones se vieron inundados por el caudal de poder que provenía de los dos humanoides y fueron también envueltos en auras de similar color. Rugiendo amenazadores liberaron de sus fauces bocanadas de fuego primigenio, capaz de carbonizar a un dios en cuestión de un parpadeo.
Ambas ráfagas de energía primigenia chocaron en una estruendosa explosión, que deformó la fábrica misma del espacio y el tiempo. Los humanoides y los dragones quedaron atrapados en la poderosa vorágine que se generó de esta y fueron arrastrados inexorablemente a su epicentro, el cual había tomado la asquerosa forma de un sol negro...
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Ciclo del Sol Negro I: El Creador de Muñecas
FantasyLa Era del Imperio Teloniano... Una era donde había transcurrido un milenio desde que la humanidad había olvidado todo sobre su pasado. Esto se debió en parte al caos y a la confusión que siguieron a la Gran Catástrofe, donde las civilizaciones que...