—¡No te quedes atrás, Ragnarr! —gritó la joven frunciendo el ceño y poniendo los brazos en jarra.
Ufano, el dragón dorado continuó escarbando las raíces de un árbol a la verja del lago Amaril, sin prestar atención a Fara. La criatura no era más grande que un potro, sin contar las alas ni su larga y juguetona cola, y en sus ojos ambarinos se podía apreciar el brillo juguetón de una cría de a lo sumo un par de años, aunque el dragón era obviamente más viejo.
Alegast teorizaba que aquella "cría" de dragón había despertado de un sueño mágico inducido, que posiblemente le había preservado en el tamaño de una cría y que había durado al menos un milenio —pues los dragones, al igual que los elfos, habían desaparecido poco después de la creación del Imperio—, y todo lo que veía era algo nuevo para él. Simplemente trataba de ubicarse en un mundo más viejo y desconocido, una sensación que Alegast dijo haber compartido en alguna ocasión luego de su despertar del "Sueño".
Luego de un pequeño consenso se habían decido a llevarlo con ellos en su viaje y le llamaron Ragnarr, pues el nombre sonaba como aquel de una criatura feroz.
—¿Necesario era con nosotros traerlo? —preguntó Teofrastus desconfiado, encaramado plácidamente en el hombro de Fara.
«No podíamos dejarlo abandonado en esa tumba, fuimos nosotros quienes lo despertamos», respondió Fara en su mente aunque el gato pudo escuchar con claridad la respuesta.
Fara estaba aprovechando su viaje por el bosque para probar las habilidades que Teofrastus había ganado al convertirse en su familiar. Cuando diseñaron el contrato por el cual se habían enlazado mágicamente, el gato le había dicho que ahora compartían un lazo empático que les permitía comunicarse sin necesidad de palabras, aunque estaba limitado por el poder mágico de Fara. En un principio solo funcionaba si Teofrastus estaba a una distancia de al menos veinte metros de la maga, aunque a medida que ella se hiciera más diestra en el uso del Arte, el alcance de tal enlace se haría más grande.
«¿Me escuchas?» pensó ella mirando al gato. Una de las reglas de la telepatía empática era que no funcionaba si el otro no quería hablar. «¿¡Me escuchas!?» pensó mientras fruncía el ceño.
«¡Sí! ¡No tienes que tan intrusiva ser!», escuchó la voz enojada del gato, quién la miraba con desprecio.
La sonrisa de triunfo se dibujo lentamente en el rostro de la joven.
«Además, ¡una cría de dragón! ¡Imagina las posibilidades! ¡La gran Fabularis volando por todo el imperio a lomos de un imponente y leal dragón! Solo tendré que criarlo de la manera adecuada», pensó Fara bastante animada, retomando la conversación que tenían.
—¿Fabularis? —preguntó en voz alta el gato, confundido.
—Tú dijiste que debía inventarme mi nombre de maga, ¿no? Y todos los magos que conozco tienen nombres pomposos y ridículos, así que decidí que ese sería el mío —dijo lanzando una mirada perspicaz al gato, quién a su vez hizo una mueca que parecía revelar algo de sorpresa y frustración.
En ese momento Fara se percató de que Alegast no había hecho ningún comentario inteligente, como solía ser su costumbre, y lo busco con la miraba. Este se encontraba en la orilla del lago, observando en silencio las ruinas que se encontraban en medio de este —unas ruinas tan antiguas que Fara no pudo reconocer la arquitectura de las mismas, aunque por alguna extraña razón le causaron la nostalgia de aquel que regresa a su hogar tras años de no haberlo visto—, cubiertas por un manto de espesa niebla que bajaba de las sempiternas cimas de la Cordillera del Dragón.
Se trataba de la gran ciudad de Zarc, otrora la metrópoli más importante de una poderosa civilización pre-Imperial, ahora olvidada en medio del lago, una sombra de su antiguo esplendor. Según las viejas leyendas sus habitantes desafiaron al dios Zoliat y realizaron ritos blasfemos en honor a los demonios del etéreo. En venganza, Zoliat desató sobre la ciudad un diluvio que acabó con todos sus habitantes en menos de un día, creando de esa forma el lago Amaril. Los sacerdotes del Templo del Sol la declararon ciudad apócrifa, y en la actualidad los habitantes del Imperio evitaban pronunciar su nombre en voz alta por temor a despertar la ira del dios-sol.
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Ciclo del Sol Negro I: El Creador de Muñecas
FantasyLa Era del Imperio Teloniano... Una era donde había transcurrido un milenio desde que la humanidad había olvidado todo sobre su pasado. Esto se debió en parte al caos y a la confusión que siguieron a la Gran Catástrofe, donde las civilizaciones que...