Era una de esas noches en que los campesinos evitaban salir de sus casas o mirar siquiera la bóveda celeste, llenos de superstición y miedo, murmurando oraciones al dios-sol para evitar a las brujas y a los malos espíritus. Las nubes cubrían al negro cielo y a las burlonas lunas amarillas mientras las carcajadas del demonio se disipaban en la penumbra, dispersándose al confín de aquellas tierras. En medio de la oscuridad no se oía ningún ruido, ni la brisa corría entre los árboles. Solo frío, miedo y muerte. La serpenteante agua negra del Tarnaso se agitó ruidosamente cuando el soldado cayó al río, manchándolo con sangre y resentimiento. No había sido una batalla larga... ni tampoco una gloriosa.
Aquel soldado parecía ser el único que había sobrevivido. A duras penas, pues su cuerpo lacerado chorreaba sangre a borbotones. Se encontraba rodeado de cadáveres, los cuerpos mutilados tanto de los miembros de su pelotón como los de aquellos soldados rebeldes contra los que estaban luchando, pero que al final pelearon junto a él cuando la criatura, un ser humanoide de tosca sonrisa y cuerpo retorcido, apareció y los exterminó.
El soldado se aferró a una de las rocas cercanas a la ribera, luchando contra la poderosa corriente del Tarnaso con lo último de sus fuerzas, mientras comenzaba a perder el conocimiento. En sus manos sostenía un pequeño tubo de cobre que en su interior llevaba la preciada información que le había costado la vida tanto a él como a los otros soldados. Mientras se movía a rastras para salir del río, su mente empezó a divagar, y el soldado recordó el motivo por el cual había tenido que viajar hasta las tierras del sur y porqué era tan importante su misión.
Todo había comenzado en el verano, cuando el Emperador Philene III, queriendo celebrar el décimo cumpleaños de su hija menor, la princesa Karesia, organizó un concurso de muñecas en el cual participaron todos los jugueteros del Imperio. Fue un misterioso gnomo, conocido solamente bajo el titulo del "Creador de Muñecas", quien elaboró la más fina y hermosa de todas. De las mil muñecas que le presentaron al Emperador, la del gnomo cautivó instantáneamente el corazón de Philene y sus cortesanos.
Sin embargo, el "Creador de Muñecas" no aceptó el favor del Emperador, que era otorgado como premio del concurso, sino que humildemente pidió un mechón de cabello de la niña como único pago. Al cabo de una semana la princesa fue hallada en su habitación, inconsciente, como una marioneta sin vida. Philene, desesperado, llamó a los mejores médicos del Imperio y a los sacerdotes de la Gran Iglesia, e incluso a los magos de la Cábala, para que averiguaran que le había pasado a su preciosa hija, pero ninguno dio con el motivo de su extraña enfermedad.
Fue entonces cuando un extraño anciano de luengas barbas, que nadie había visto hasta entonces en tierras del Imperio, se presentó inesperadamente en la sala del trono, para informar al Emperador y a sus nobles acerca de la afición funesta del misterioso gnomo: robar las almas de sus víctimas y atarlas a muñecas. Para hacer esto, tan solo necesitaba algo que perteneciese a aquella víctima, algo tan insignificante como un mechón de cabello.
Cuando el viejo se retiró del castillo, el Emperador quedó consternado. Pronto cayó en depresión y desatendió los asuntos del Imperio. La Emperatriz se encerró en su cuarto y dejo de comer y de beber, hasta que enfermó de tristeza. Todo el Imperio guardó luto, como si la princesa hubiera muerto. Se ordenó que metiesen su cuerpo sin alma en un ataúd de cristal, el cual fue guardado en el templo más sagrado de Telos, y se hicieron largos peregrinajes desde todas las tierras del Imperio, y los súbditos iban y lloraban por ella, y clamaban en vano a Zoliat y a otros dioses paganos para que regresasen el alma de la adorada niña.
Decepcionado al ver la actitud de su anciano padre, el príncipe Dovarian, el mayor de los hijos de Philene, decidió tomar cartas en el asunto. Mientras se ponía al frente del campo de batalla y se encargaba de los Caudillos y su guerra civil, envió a un grupo de sus mejores soldados y exploradores en busca de pistas que dieran con el paradero del diabólico muñequero.
El escuadrón de búsqueda viajó por todo el Imperio, investigando los rumores, por más inverosímiles que fueran, que hablaban de gnomos y brujos roba-almas, y muñequeros de gran habilidad, que se habían extendido desde la "muerte" de la princesa. Y eventualmente tales rumores los pusieron en rumbo a la Cordillera del Dragón, donde cerca de las tierras de Lupang encontraron las ruinas de una antigua civilización que había desaparecido mucho antes de la creación del Imperio, y obtuvieron el favor de un sabio dragón anciano que las habitaba, descubriendo por fin el escondite del escurridizo gnomo.
Sin embargo, no todos los nobles del Imperio le eran fieles al Emperador. Pues uno de los magos de la Cábala les tendió una emboscada cuando regresaban para dar las nuevas al príncipe Dovarian. Aliándose con el Caudillo Boris, uno de los rebeldes que se oponía al linaje Drakengast, el mago los emboscó donde el río Tarnaso se cruza con el Bosque Viejo, y allí fue sellada la suerte de los soldados del Imperio. Estos lucharon con valentía, y lograron llevar al mago contra las cuerdas, despachando con facilidad a los soldados rebeldes sin importar su desventaja numérica.
Desesperado, el mago prefirió retirarse, no sin antes liberar todo el poder de su magia. Usando conjuros prohibidos para los de su orden, evocó a un ser de los éteres, un demonio de oscuridad y relámpagos, al cual enfrentó contra imperiales y rebeldes por igual, en una carnicería que no duró más de unos minutos. Cuando el demonio abandonó el mundo de los mortales, solo aquel soldado había escapado a su furia asesina.
Con lo último de sus fuerzas, el soldado logró salir a la ribera del río. La muerte de sus compañeros no podía ser en vano, pensó. Aún si él moría, el paradero del "Creador de Muñecas" debía llegar a oídos del príncipe Dovarian. Trató de recostarse en un árbol cercano pero en ese instante su mundo dio vueltas y fue tragado por la inmisericorde oscuridad. Mientras el soldado caía en las tinieblas, creyó oír las carcajadas del demonio, que lo esperaba en las Planicies Abismales.
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Ciclo del Sol Negro I: El Creador de Muñecas
FantasyLa Era del Imperio Teloniano... Una era donde había transcurrido un milenio desde que la humanidad había olvidado todo sobre su pasado. Esto se debió en parte al caos y a la confusión que siguieron a la Gran Catástrofe, donde las civilizaciones que...