Capítulo tres: Secretos revelados.

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   Me remuevo incómoda en donde quiera que esté. El aroma me resulta familiar y lentamente abro mis ojos. Al hacerlo estoy algo sorprendida cuando noto mi entorno pero el semblante tranquilo de mi abuela me transmite confort.

—Abuela, Dios. Debiste... ha-había alguien, olvídalo, ¿cómo te encuentras? Está lloviendo, ¿quieres qué te ayude a tapar las goteras?—Hablo atropelladamente y ella me sonríe.

—Shh, Rinny. Apenas y despiertas, debes descansar un poco. He sanado tu rodilla—dice y observo a la misma, veo que está cubierta con una venda. Le sonrío agradecida.

—No debiste molestarte, abuela, pero gracias—digo sentándome en la cama.

—No hay de que, ¿cómo puedes venir con éste clima? Debes ser más precavida, pequeña Rinny—regaña y me sonrojo debido a mi estupidez.

—Lo sé y lo siento, pero que conste que cuando salí el clima aún no había cambiado tanto—ella suspira y me tiende una taza que humea vapor.

—Bebe, es té, te ayudará a calentarte y de paso a calmar tus ideas ocurrentes—sonrío y agradezco por la taza mientras la tomo, ella se sienta nuevamente en el sillón que tiene no tan lejos de la cama y observa por su ventana la lluvia.

—Qué problema, la lluvia no sólo representa fertilidad, sino también aciagos anuncios de muerte—cuenta, ni bien pronuncia la última palabra la imagen del señor que se topo conmigo en el bosque viene a mi mente.

—¿Y cómo lo sabes, abuela?—Ella sonríe cálidamente mientras aún observa por la ventana.

—Tu abuelo era quien me lo decía—comparte, sus manos están en su regazo, en dónde tiene un abrigo de lana a medio hacer, es de color blanco y lo detesto al instante, aunque sé que será para Neru porque ese es su color favorito. En lo personal creo que es impráctico, es muy fácil de manchar y hay que tener cuidado.

—Mmm... Oye, abuela, ¿no viste a ningún joven por aquí?—Ella me observa como si estuviera loca y niego restándole importancia, tal vez deliré en mis últimos momentos con aquel joven de ojos zafiros y piel como la nieve. Sí, tal vez sea eso.

—Quiere conocerte... —susurra ella aún observando por la ventana y no comprendo lo que quiere decir.

—¿Eh?—Es lo único que logró articular tontamente, ella suspira con pesadez.

—El secreto, creo que va siendo hora de revelártelo, aunque me hubiera gustado esperar más, tal vez decírtelo en mi lecho de muerte.

—¡Abuela!—Digo con impotencia, ¿cómo puede decir aquellas palabras tan a la ligera? Ella ríe.

—Querida, seamos realistas, me falta poco, pero antes me gustaría decírtelo—mis ojos se aguan y trato de no llorar, sólo fue otro de los absurdos e hirientes comentarios de mi abuela—. Oh, no, pequeña. No llores, no por mí—pide mientras se levanta casi con dolor del sillón y camina hacia mí, se sienta el borde de la cama y me envuelve con sus delgados brazos—. No quise decirlo de esa forma—trato de tranquilizarme y asiento levemente, como si comprendiera.

—Está bien, pero me dirás el secreto, ¿verdad?—Ella ríe y tose un poco al final, me preocupo al instante y le sobo la espalda.

—Sí, Rinny. Te lo contaré todo—sonrío conforme y abro las mantas para que se acueste a mi lado y ella así lo hace—. Será como un cuento—la miro ansiosa y con ojos deseosos, me gustan los cuentos— . Ocurrió hace mucho, bueno, no demasiado. Creo que tú aún no nacías cuando tu abuelo lo encontró...—comienza y yo la miro algo inquieta.

—¿Qué encontró?—Pregunto ansiosa, pero en vez de una respuesta recibo una mirada de regaño, tal vez por interrumpirle.

—Era un día nevado, tu abuelo como siempre creyéndose el joven y con energía para más se fue en busca de explorar el bosque. Yo lo dejaba, claro está, mientras no pidiera mi compañía, pues yo siempre fui de cansarme rápido. Esa noche no nevó, pero hacía frío y tu abuelo seguía sin venir. Empecé a inquietarme pensando cosas y sucesos que pudieron haberle pasado pero sin esperármelo la puerta se abrió dejándome ver su rostro. Me sentí feliz, no le había pasado nada grave, pero él no había llegado sólo. Tenía algo entre sus brazos, estaba envuelto por ropas así que no pude deducir lo que era, él me sonreía como suplicándome algo. No lo entendí hasta lo que estaba envuelto comenzó a llorar... era un bebé.

La bestia dorada | rilenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora