Capítulo once: La Bestia Dorada.

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( E P Í L O G O )


   Hago morisquetas raras y graciosas al dulce bebé que sostengo en mi regazo, sus profundos ojos grises me miran destellantes y su preciosa e inocente risa inunda mis oídos dándome paz y tranquilidad. Escucho el agua correr tranquilamente y los rayos del Sol nos bañan brindándonos calidez.

—Rinny—me giro y observo a Sakura, sus ojos avellanas se ven contentos y su largo cabello oscuro hondea en el aire cuando un viento fresco sopla—. No entiendo como es posible qué Subaru se lleve tan bien contigo, hasta parece que la madre eres tú—ríe mientras se acerca a mi, se sienta en el abundante pasto a mi lado y observa a su hijo, quien se muerde el dedo gordo y babea un poco.

—¿Qué disparates dices, Sakura? Él realmente disfruta estar contigo, ningún hijo se puede sentir de mejor manera que estando junto a su madre—explico mientras le paso a Subaru.

    Ella sonríe de manera refrescante mientras lo sienta en su regazo, cuando lo observa sus ojos brillan como nunca, como si observara la cosa más hermosa del universo, y yo creo que así es.

—No puedo dejar de ser tan insegura, no es lo mismo sin él...—susurra mientras juega con su bebé, mi sonrisa se reduce, de repente una tristeza me embarga.

—Perdona, en verdad—siempre siento que debo disculparme con ella. 

    Rei murió por salvar la vida de Len, sucedió en una encrucijada. Los cazadores lograron arrinconarnos y cuando Len y Rei se volvieron en su contra mi tonto lobo casi muere si no fuera por...

—No es culpa de nadie que haya muerto, ni tuya ni de Len, fue decisión de Rei, murió de forma valiente y cuando crezca su hijo estará igual de orgulloso de él como lo estoy yo, pero es sólo que... uff, hay veces en que no puedo dejar de extrañarlo—cuenta, sus ojos se oscurecen y me gustaría saber que pasa por su mente ahora—. Bien, es momento de dejar la melancolía y avanzar, no has desayunado nada y ese bebé que está en tu panza necesita comida. Megumi está preparando un rico estofado como bienvenida a los nuevos integrantes del clan, hay que ir—asiento mientras me levanto con ella y nos adentramos en el bosque.

    Limpio un poco mi vestido y acomodo mi capucha. Una sonrisa nostálgica escurriéndose de mis labios, es lo único que me recuerda a casa.

    Luego de dejar a mi madre en lo de mi abuela, quien aturdida la cuido juntamos lo necesario y sustancial para irnos. Entre un Len indeciso y una abuela contenta corrimos y nos perdimos entre la oscuridad de la noche, teniendo a la Luna como testigo de nuestra locura. Len se sintió reacio a dejar a la abuela sola, pero cuando ésta le dijo que por ella no había problema y que si lo hacíamos moriría feliz, él no pudo negarse. A modo de despedida, le dejé una carta a mi madre, además de un beso en la frente. También pasé por el pueblo, visitando mi casa por última vez, en dónde encontré a Neru dormida y con sumo cuidado bese su mejilla y la contemple por última vez.

    Me sentí insegura, con miedo e inseguridad, pero todo eso se esfumo cuando Len tomo mi mano. Corrimos juntos por el bosque, riéndonos de nada, con la euforia recorriendo nuestros cuerpos y un destino incierto. Me sentí más feliz que nunca.

    Entre deambular sin camino, yendo de pueblo en pueblo los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses. Mi madre en un arrebato de enojo y desdicha esparció el rumor de que una criatura con la capacidad de convertirse en humano huyó de su bosque para aterrorizar otras aldeas. Ella describió a Len a la perfección, hasta dijo su nombre y también me describió a mí, ¡cómo no, la pobre damisela en apuros que necesitaba de un héroe que la rescatase! 

La bestia dorada | rilenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora