—Lo siento... y-yo, no sé porque he hecho eso—admito sonrojada, con mi corazón latiendo igual de rápido que las alas de un colibrí.
Los oscuros zafiros de Len se posan en mi, parecen algo deseosos y siento que he desatado algo malo.
—Rin, ¿cuando dejarás de ser tan imprudente?—Susurra, con su cálido aliento chocando contra mis labios.
—Fue un impulso—me excuso tratando de alejarme de él, pero sus brazos rodean mi cadera y no me lo permiten.
—¿Fue tu primer beso?—Pregunta mientras recuesta su cabeza en mi hombro, me exalto por ello. Sentir su cuerpo tan cerca del mío era agradable, quizás demasiado.
—Lo fue—respondo avergonzada, nunca he tenido momentos tan íntimos con Len, de alguna forma me agrada... Me gusta todo de Len.
Cierro mis ojos sintiendo una rara paz mental, deseando que estuviéramos así por siempre.
—El mío igual, me lo robaste—dice burlón y sonrío levemente mientras mi mano involuntariamente se acerca a su cabello, acariciando su cuero cabelludo y parte de su nuca.
—No era mi intención hacerlo—confieso tímida, mientras siento su cálida respiración en mi cuello, logrando que mi piel se erice.
—Eres muy mala, señorita—susurra logrando que sonría levemente.
Esa tarde, cuando regresamos a la cabaña, Len para de repente. Confundida lo observo, él frunce su nariz, como si estuviera oliendo el aire.
—Debo irme, adelantate—murmura antes de desaparecer de mi lado.
Extrañada camino el poco trecho que me falta y entonces cuando llego a la cabaña lo comprendo. Mi madre se encuentra ceñuda y de brazos cruzados, sus ojos irradian cierto enojo e irritación. De forma precavida muerdo mi labio inferior cuando me acerco a ella.
—¿Qué piensas en irte de casa por casi dos días, Rin?—Ruge, claramente enfadada.
—Mamá, yo...
—¡Mamá nada! Eres muy joven aún para hacer lo que se te plazca sin consultármelo, ¿qué si algo te pasa? Jesús, Rin, estaba muy preocupada—termina mientras me abraza con fuerza.
Yo no puedo evitar sentirme levemente indignada. Rompo el abrazo mientras la contemplo, sus ojos verdes me miran confundidos.
—Claro, soy joven para no poder hacer lo que quiera pero no para casarme—refuto entre dientes, las palabras que hace mucho estaban amontonadas en un nudo en mi garganta se desenredan y salen como una cascada de honestidad, pero me arrepiento un poco al ver el duro semblante que su rostro expresa.
—Sabes a lo que me refiero cuando digo joven, son temas totalmente distintos, casarte con Kaito es lo mejor para...
—¡No me importa! No quiero un futuro asegurado ni mejor, quiero que sea una sorpresa en el transcurso de mi vida y ser capaz de poder elegir a mi esposo—explico, pero ella niega.
—Rin, como madre te digo que no eres lo lo suficientemente capaz de elegir un esposo que esté a la altura para ti, entiende que es mi deber lograr que tengas una vida plena y segura, no me importan tus quejas. Te casarás con Kaito y nada de reclamos—sentencia mientras me toma del brazo bruscamente y me arrastra por el camino de tierra que lleva al pueblo.
Al instante me encuentro quejándome y tratando de zafarme de su doloroso amarre. El clima que se ha nublado repentinamente en la siesta comienza a tener mala pinta, un viento helado comienza a azotarnos y una leve llovizna cae sobre nuestras cabezas.