Capítulo uno: Menta y romero.

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—¡Ah! Y no olvides tus modales—bufé al escucharla—. Y nada de bufidos, Rin. Suficiente tengo con tu abuela enferma, ¿sabes lo molesta qué se pone? Está insoportable, en fin. Una visita rápida, ida y venida, ¿entiendes?—Asentí para hacerle saber que al menos le estaba prestando atención—. Bien, aquí está la canasta. Tiene algunas medicinas naturales y unos ricos panecillos, oh, y no lo olvides...

—Nada de apartarse del camino—repetimos al unísono, ella me mandó una mirada de "lo digo en serio" y rodé los ojos.

—Madre, ¿por qué me repites lo mismo cada vez que voy a la casa de la abuela? Ya lo sé, nunca me ha pasado nada, ni mucho menos me sucederá algo—hablo tratando de calmarla, ella asiente asimilando mis palabras y pensándolas.

—Tienes razón, pero más vale prevenir que lamentar, y si te encuentras con el lobo, ¿qué haces?—Suspire, al parecer la idea de que me deje en paz con sus usuales discursos no podrán ser.

—Hecho a correr—repito de memoria y ella sonríe satisfecha.

—¡Muy bien! Creo que ya deberías irte, y así regresas para el atardecer—yo asiento bajándome de la silla de dónde estaba sentada y tomando la canasta—. Ten cuidado, y no olvides tu caperuza—dice entregándomela, observo la capa entre mis manos, ya tengo casi diecisiete años y sigue insistiendo en que me ponga la capa roja como si siguiera siendo una niña.

—Claro, casi me olvido—sarcástica comento.

    En realidad la olvidaba apropósito. Con fastidio me puse la caperuza, ésta vez el largo llegaba al suelo y un poco más, al parecer mamá la había agrandado como lo hace cada año.

    Juntas caminamos por el pasillo y ella me abre amablemente la puerta de entrada. El sol brilla en su máximo esplendor y la idea de adentrarme al bosque nuevamente hace que una adrenalina conocida recorra mis venas.

—Cuídate, cariño. Si puedo iría contigo pero tengo que atender a Neru—informa ella y asiento comprensiva.

    Mi madre siempre suele acompañarme para asegurarse de que nada me pasara pero ya debería entender que estoy mayorcita para arreglármelas sola. Además, ésta vez no puede dejar a mi hermana en esta época de su vida, en la que se convierte en mujer.

    Al fin le vino su primer ciclo menstrual y no se lo tomo de la mejor forma. Ella ya estaba informada sobre el tema pero al parecer es distinto que te cuenten a que te pase, al menos para ella. A mí no me dio tanta impresión si les soy sincera, pero en fin. Con paso decidido camino hacia afuera siendo recibida por los amables rayos solares cálidos en mi blanca y hasta podría jurar fría piel. Cierro los ojos disfrutando de la sensación. Es tan agradable, pienso para comenzar con mi tan comprendido camino. El pueblo en dónde vivo es pequeño, pero el bosque que nos rodeaba no era nada en comparación. Era enorme, extenso y podría atreverme a decir que inacabable. Me gustaba aquello, me daba una sensación a hogar. Quiero adentrarme en el y conocer todos sus secretos.

    El camino cambia levemente a medida que avanzo, el cemento escasea y da vida a la madre naturaleza con su olor a tierra húmeda y su fresca brisa. Simplemente increíble y majestuoso. Mi madre, a diferencia de mí, no sabía apreciar éstos pequeños detalles. Cuando me acompañaba estaba más alerta, más a la defensiva, con sus hombros tensos y atenta a cualquier movimiento. No comprendía como mi madre creía en aquellos absurdos relatos irreales, siempre parecía tener los sentimientos a flor de piel cada vez que pisábamos el bosque. Sé que las noches dónde hay luna llena aparece algún que otro aldeano muerto y por ello socializan la luna llena como el momento de transformación de hombre a lobo, pero para mí sigue sin haber suficientes pruebas refutables para confirma esas locas teorías.

La bestia dorada | rilenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora