Capítulo nueve: Libertad con costo.

2.8K 272 95
                                    

    Ya ha amanecido, la ventana está abierta y los rayos cálidos del Sol entran en el cuarto como dándome los buenos días. Siento mis ojos inflamados, seguro por llorar desconsoladamente toda la noche. Me revuelvo incómoda entre las mantas que tienen el aroma de Len por todas partes, es algo así como jazmines y canela. Una mezcla que logra hacer que cierre los ojos y la inspire profundamente. Tengo ganas de vivir aquí, lejos de todos, de mi madre con sus presiones, de la mirada perversa de Kaito, de mi bocona hermana y de los rumores ahora esparcidos por el pueblo acerca de mi compromiso. Rayos, ni siquiera Kaito me lo propuso aún y si lo hace temo no saber que decir, ¿digo sí? ¿Digo no? ¡¿Qué digo?! Una respuesta me haría infeliz, pero haría a mi madre feliz, la otra me haría feliz, pero haría a mi madre infeliz... Todo se resume a ello, en realidad.

    Aquí, en medio del bosque, la quietud es tan relajante. No hay nadie presionándome a elegir, nadie quien me dé obligaciones o cosas que cumplir, sólo la sonrisa de Len y la dulce compañía de mi abuela... Ahora entiendo porque se mudó aquí con mi abuelo.  

—Len...—susurro y ni siquiera yo sé a que se debe eso, sólo se me escapo su nombre de mis labios y para cuando me doy cuenta la puerta es abruptamente abierta y aparece el rostro del nombrado en esta.

—¿Estás bien?—Atónita asiento levemente y él suspira mientras se acerca a la cama y se sienta en el borde, mirándome preocupado.

—Cómo...—trato de preguntar pero él sonríe, lo que me hace olvidar lo siguiente de la oración.

—Tengo un oído agudo, me llamaste y pensé que te había pasado algo—explica mientras yo muerdo mi labio inferior fuertemente. Eso quiere decir que, si pudo escuchar ese susurro significa que también escucho mis sollozos de anoche, qué vergüenza—. ¿Necesitas algo?—Tapo mi rostro levemente con la manta mientras niego.

—Creo que estoy bien—miento y lo escucho suspirar.

—Y yo haré como si te creyera, ¿quieres desayunar? Debes tener apetito—nota y como si fuera por arte de magia mi estómago comienza a rugir exigiendo comida, destapo mi rostro con las mejillas coloreadas y veo su divertida sonrisa—. Iré a preparar algo—dice y asiento de manera penosa.

    Estoy siendo cuidada por alguien más, pienso. Eso es raro, yo siempre soy la que cuido a todos. Al menos en casa, siempre intentaba encargarme de mi madre y hermana, ayudandoles y asistiendolas en todo lo posible.

    Cuando Len sale del cuarto suspiro. Observo por la ventana el espléndido día. ¿Por qué me siento así? Indago. Tan hundida y asfixiada, ahogada. Con un suspiro salgo del enriedo de mantas y colchas, sintiendo la fría madera bajo mis desnudos pies. Levemente miro mi capa roja colgada en una silla y sonrío, sé que Len la puso allí. Es tan detallista y amable, tan diferente de a como lo pintan en el pueblo. 

    Es raro, Len, un humano con la rara habilidad de transformarse en lobo es una persona amable y generosa. Luego está Kaito, alguien ególatra que presume cada vez que puede sus costosas pertenencias de gran valor a quien lo tachan de alguien apuesto y educado, con modales. La vida será una sarta de sorpresas, juzgando a las personas tan erróneamente que me provoca dolor de cabeza. 

    Mientras noto que sólo tengo mi vestido blanco puesto, decido bajar sin ponerme mi capa, hace algo de calor. Antes de ir abajo paso por el cuarto de mi abuela, chequeándola. Ella se encuentra tan quieta que por un minuto pienso lo peor pero luego veo su pecho subir y bajar tan lentamente que sólo mirando con fuerza logro percibirlo. Todavía hay algo de fuerza en ese corazón que lucha por escasos minutos de vida más. Cierro su puerta con delicadeza y con cautela bajo las escaleras.

     Veo a Len cortar verduras con maestría en la cocina y sonrío levemente.

—¿Sabes cocinar?—Pregunto divertida, sentándome en una silla cerca suyo. Él asiente y yo contemplo con atención su rostro concentrado.

La bestia dorada | rilenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora