Estoy sentada al lado de un manantial, mientras disfruto del cálido día. Traigo puesto una ligera falda larga acampanada roja con blanca y una camisa a juego junto con un moño, además de mi típica caperuza color roja. Estoy sentada entre las rocas que están algo húmedas mientras miro el agua cristalina, contemplando las pequeñas piedras que se encuentran en el fondo del manantial y algún que otro pez.
Es hermoso, la naturaleza verdaderamente es algo increíble, con sus diferentes tipos de flores que rodean el lugar. Aunque noto que hay una en especial que crece en abundancia, el jazmín. Hay uno que otro arbusto de ésta flor cerca del borde del manantial, lo que es raro ya que es en verano cuando las flores están a su máximo esplendor y ahora estamos a mitad de otoño. Deben ser de una especie resistente si soportó la helada de anteayer. Según Neru, éstas flores necesitaban de un riego constante de agua y buena luz. Éstas jazmines son de un amarillo precioso que desprenden un dulce aroma. Las miro casi con añoranza, a mi padre solía encantarle éstas flores. Siempre las ponía en cada rincón de la casa, llenando el lugar de su dulce aroma. El pensamiento me deprime un poco, porque lo extraño. Mis pies desnudos sacuden el agua, salpicando los bordes rocosos. Hay tanta paz y tranquilidad en éste lugar que me deja algo somnolienta.
Un ruido me saca de mis pensamientos y cuando me giro observo a Len, quien tiene una sonrisa en el rostro. Le devuelvo la sonrisa, era mi segundo día encontrándome con él y aún lograba hacer que mi piel se erizara.
—Vengo en paz—bromea y ruedo los ojos, él se sienta algo alejado, pero a diferencia de mi que estoy entre las rocas él se acuesta en el verde pasto mientras cierra los ojos.
El Sol le da de lleno en todo su cuerpo, el cuál observo con algo de curiosidad. Está bien desarrollado, luce fuerte y contundente, además, su piel parece brillar y creo que es por el sudor, ¿habrá estado corriendo?
—¿Qué haces por aquí? ¿Cuidándome?—Pregunto casi reacia, la idea me disgusta un poco. Len sólo se rasca la cabeza para luego bostezar.
—Puede que sí, la abuela se preocupa mucho por ti, todavía no lo entiendo pero es mi deber cumplir sus deseos—cuenta y lo miro curiosa.
—¿Por qué?
—Porque es una forma de agradecerle todas las molestias que se tomo por mí—dice y sonrío levemente.
—¿Sólo por eso?—Me mofo. Len abre sus hermosos ojos, dejando expuesto aquél azul intenso de su mirada que ahora luce casi de un celeste claro debido al Sol que le da.
—¿Acaso insinúas algo?—Se queja y niego rápidamente al darme cuenta de lo que dije, él sonríe de lado—. Eso pensé, aunque puede que también lo haga por mi propio bien—añade y no comprendo, ¿qué quiso decir con aquello?—. Olías a melancolía—añade él cerrando nuevamente sus ojos y sonrío.
—La melancolía tiene aroma a jazmín—confieso observando las flores.
—¿Por qué?
Observo a Len, su mirada es curiosa, del tipo de curiosidad que mata al gato, que quizás pueda matar al lobo.
—Me recuerdan a mi padre—confieso y él me observa atentamente, incitándome a seguir—. Él... bueno, no sé si seguirá vivo. Sólo se fue, de la noche a la mañana nos abandonó. Nos dejó sin dar explicación alguna y nunca más regresó—cuento, mirando hacia la cristalina agua que capta mi atención por completo.
—Vaya, perdona, me gustaría consolarte pero no sé hacerlo... Aunque luego te acostumbras, mírame a mí, al menos tienes a tu madre y no estás completamente sola—habla con pesar y rápidamente lo observo.
—Oh, Len, yo... no quise decir...
—Lo sé, Rin—expresa para luego reír amargamente, me estremezco al oír mi nombre siendo pronunciado por sus labios, es casi estremecedor.