17| Cazador de pesadillas

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El calor se encerraba en el auto rumbo a casa, me sentí ahorcada cuando puse alrededor de mí el cinturón de seguridad, mis padres me miraban por el retrovisor, algo preocupados. No tenía de qué hablar con ellos, volteé a la ventana y bajé el vidrio. Aire entraba hasta golpear mi cara. ¿Por qué At no había aparecido aún desde que me di cuenta que no me seguía?

6:00 p.m.

Mantenía mi habitación a oscuras, sólo iluminada por la tenue luz de la lámpara de mi escritorio. Estaba sentada en mi cama, en dirección a la jaula vacía y sin At conmigo, me sentí vacía y solitaria. No podía llorar si quiera. Mi mamá colocó las flores que recibí en el hospital en dos jarrones diferentes pero no me provocaba ningún placer tenerlas ahí. ¿Cómo dos personas diferentes (Josh y Clarie) me daban flores distintas asegurando que eran mis favoritas?

Me metí debajo de las sábanas y deseé que At apareciera pronto sin importar que no tenía el valor para decirle que perdí a nuestra paloma.

¿Te has preguntado en algún momento por qué las sábanas se vuelven frías si estás solo? ¿O por qué de repente escuchas tu respiración como un eco cuando ya te acostumbraste a estar con alguien en el mismo cuarto y ahora no está?

Pero, entonces, poco rato después entró At por la ventana que dejé abierta para cuando llegara, Shiro aleteaba detrás de él. Mi vida volvió a iluminarse con verlos.

—Shiro fue a buscarme, ya las acusó, rufianes, ¡la echaron de una manera indignante! —alzó la voz, fingiendo diversión y señalándome con el dedo.

En situación diferente, habría reído y discutido un poco con él por diversión. No obstante, obligué a At a acercarse a mí, tirando de su cintura y mis lágrimas cayeron como cascadas por mis mejillas.

Lo abracé lo más firme que pude y su sola presencia, dejando de lado su gélida piel, me hacía sentir mejor, yo tenía suficiente calor para los dos... Él sólo tenía que dejarme derramar mi llanto sobre él.

Me habría gustado que At me acariciara el cabello o me abrazara también. Pero se quedó inmóvil, escuchándome llorar.

—Todo está bien. Vuelve a dormir.

—No estaba dormida y no dormiré, presiento que tendré un mal sueño.

—Macky, te diré algo, yo no sólo soy tu repelente de fantasmas, también soy tu cazador de pesadillas —dijo, como su estómago tembló ante su risa, pensé que bromeaba.

—No bromeo... —murmuró, con un dedo deslizándose a través de mi cabello.

—Quiero quedarme así —lo apreté fuertemente.

—Pero...

—No.

—Macky... Por mucho que me guste esta posición, mejor suéltame y hablemos —la dulce voz de At me arrullaba. Me gustaba mucho.

Pasó una eternidad para él, quizás porque no me quería como yo. Para mí, sólo fueron unos minutos. Silencio. Sumergí mi mano debajo de su chaqueta y acaricié su espalda fría. At se estremeció.

—Macky... —respondió ante mi toque, casi sonó como un jadeo. ¿Nunca había tocado su piel así? ¿Por qué me pareció normal hacerlo?

—¿Hablaremos de verdad? —pregunté sin soltarlo ni levantar mi cabeza, seguía hundida en la parte baja de su pecho—. ¿No evadirás nada esta vez?

—Diré todo, ¿me creerás? Macky... Quería postergarlo para que tú misma lo recordaras, si te lo digo yo... me castigarán en mi mundo.

Lo solté, no sentí vergüenza alguna de que él me viera llorando. Con sus dedos largos limpió mi cara y me sonrió. Aún me parecía lindo que los pies de At jamás tocaran el suelo, hiciese lo que hiciese.

—No quiero que te castiguen —hablé entre sollozos.

—Lo evitaré. Tengo el don de salirme con la mía —se inclinó hacia mí, girando en el aire, y sonrió—. ¿o es que te preocupas por mí porque te gusto?

—Sí...

—Dímelo de nuevo, déjame verlo y leerlo de tus labios —pidió, atendo a mi boca, con su palma en mi mejilla.

Quise negarme, y aun con los latidos acelerados de mi corazón, accedí a decírselo:

—Me gustas, At.

«¿Yo no te gusto a ti, At...?»

La comisura de sus labios tembló y quiso sonreír, desvaneciendo ese gesto apenas en un milisegundo. At sacudió su cabeza, evitando que eso lo desconcentrara. ¿Será que mis sentimientos lo incomodaban o se divertía con ellos?

—Antes que nada... —comenzó, con el fuego de sus ojos sobre mí, levantó su dedo índice y se escuchó movimiento en mi mesa de noche.

Rompí el contacto visual para presenciar cómo, con levantar un dedo, At hizo levitar las flores y las lanzó una a una, con sorprendente rapidez, desde la ventana.

Volví a mirarlo, su atención seguía sobre mí.

—¿Cómo haces eso?

—Es lo que hago... Nací así —sacó del interior de su chaqueta una ramita repleta de flores violetas de la jacaranda y me la entregó—. Son tus verdaderas flores favoritas.

—¿Quién eres?

—Tu mejor amigo.

—At...

—No es mentira, mi propósito en la vida es ser tu mejor amigo... Es lo único que soy. Existo para cuidar de ti.

Lo miré en silencio, presentía que, si lo interrumpía como fuera, detendría sus deseos de confesarme su origen y nuestras vidas. Callé y no lo perdí de vista.

—Puede... —se mordió los labios—. Puede que te haya distorsionado la verdad antes, un poquito.

Tenía dudas sobre lo que estaba a punto de decir pero se resignó a confesarme todo lo que no me había querido revelar. Me tomó de la cintura y me levantó del suelo para llevarme a mi cama, ahí me sentó. Luego se alejó un poco para mirar hacia la luna y evocar sus recuerdos.

Se tomó su tiempo para comenzar a hablar sin atreverse a mirarme.

Tú eres mi creadora. Nació de ti mi felicidad, mi gusto por la vida y mi apariencia pulcra... Yo no era así en un principio. Tenía el cabello tan largo y enredado, y mis uñas parecían garras de monstruo... Mi semblante era malvado y mis intenciones nunca fueron buenas. Me corregiste y por eso tú eres mi creadora. Creadora de todo cuanto bueno existe en mí.

AtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora