El reloj soltó un pequeño sonido indicando las 3:00 de la madrugada.
Y aún no hay rastros de Aiden por ningún lado.
Tal vez debería disculparme, supongo que no es fácil para él que nadie lo pueda ver. Yo soy la desafortunada que puede sentir su presencia.
Y necesito más respuestas, como... ¿se ducha? ¿come? ¿se cambia de ropa? Esto me está matando.Suspiré y finalmente cerré los ojos.
No me di cuenta de que estaba cansada hasta que caí profundamente dormida.Sentí un gran peso sobre mi estómago y al abrir los ojos fue como si hubiera dormido dos minutos, miré el reloj y marcaban las 4:52.
Gruñí y posé mis ojos sobre mi cuerpo. Me congelé en mi lugar y no supe si gritar de emoción o de horror.¡Aiden está aquí!... con la mayor parte de su cuerpo encima del mio. Su pierna sobre mi cintura, su mano derecha debajo de mi almohadón y con la otra mano debajo de mi espalda, de tal forma que quedé atrapada sobre su cuerpo; y no olvidar su rostro, que descasa en el hueco de mi cuello y hombro.
Lo admiré una vez más y lo empujé lejos de mi, y a lejos de mi me refiero al frío piso.
Despertó de golpe y se reincorporó en el piso sentándose y sosteniendo su frente con la palma de su mano.
—¿Esta es tu forma de despertar a la gente inocente? —gruñó.
—¿Inocente tú? Claro —me burlé —¿dónde andabas y qué haces en mi cama? —pregunté haciendo énfasis en mi.
La comisura de sus labios se elevaron formando una pequeña sonrisa traviesa —¿me extrañaste pequeña Jade?
—¡Pequeño tu...! —me callé al darme cuenta de que estaba gritando —no respondas con otra pregunta.
—Fui... por ahí, a conocer las calles —habló tranquilamente, pero sé que no dice la verdad.
—Aiden...
—¿Ahora te preocupas por mi? —sonrió mostrando su blanca dentadura que destaca a través de la oscuridad —sabía que te importo.
Si sigo llevándole la contraria y negando todo sacará nuevas conclusiones que no son, y yo quiero dormir—. Como sea, buenas noches —me tapé hasta arriba con las suaves sábanas y cerré los ojos.
Podía ya sentirme parte de un sueño, sentirme en las nubes y totalmente relajada y... —¿no vas a dejarme aquí en el piso, cierto? —habló el imbécil interrumpiendo mi estado de amor y paz.
—Déjame dormir —arrastré las palabras.
—Si me dejas dormir en tu cama.
Suspiré —olvídalo.
—No te conviene. Cantaré toda la noche si es necesario.
—Como sea —volví a acomodarme y cerré los ojos.
—Si así lo quieres... —se aclaró la garganta —¡un elefante se balanceaba sobre la tela de una araña, como veía que resistía fue a buscar otro elefante! —cubrí mis oídos con la almohada y pude sentir algo de silencio. Repito: algo de silencio, porque comenzó a elevar la voz más fuerte dañando mis oídos con su desafinada voz.
—¡Cállate! —grité. Claro que no se entendió mi voz por culpa de la almohada.
—¡Ocho elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña...! —¿Qué? ¿ya va en ocho? Se calló por un momento y pensé que dejaría de cantar, pero no. Se subió a mi cama y comenzó a saltar alrededor mio. Moví mis piernas frenéticamente esperando golpearlo y que se caiga, pero el idiota es ágil.