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Vicente Molins, el padre de vania, estaba en una silla de ruedas a sus sesenta y cinco años. Frederick Dejonet, el hombre que llevo a Cyrille a París, tenía ochenta y, por el contrario, parecía tener solo sesenta.

Alto, con glamur, clase, elegancia, me recibió en el jardín de su villa, a las afueras de parís, en dirección a charles de Gaulle. La primavera en parís  dicen que es mas primavera. No estoy de acuerdo, pero reconozco que el dia era muy agradable, y que vivir como vivía el señor ayudaba. De lejos vi a un par de mujeres, treintañeras, pero no quise pensar mal. Frederick Dejonet  había sido playboy y aventurero, “profesiones”  que no está seguro  de si seguían siendo validas a su edad, aunque tenía buen aspecto…

Lo sorprendente fue que me recibiera sin más, con solo darle mi tarjeta al mayordomo, o lo que fuera, que me abrió la puerta. Luego pensé que, para mucha gente, estar en el  escaparate durante años y dejar de estar debía ser duro. Si es que le ya no estaba.

-              Periodista y español –me sonrio con seguridad al darme la mano-.¿ para que puedo ser interesante en tu país?

-              ¿Cyrille? –deje escapar con cautela.

Sonrió. Lo hizo con nostalgia, con placer, con satisfacción, con ternura

-              Cyrille –suspiro-. Claro, claro.

Me invito a sentarme. El paraasol era amplio; las sillas, acolchadas, muy cómodas: la vista de la piscina, magnifica. El mayordomo espero disciplente a que su amo y señor me preguntara:

-              ¿ha desayunado ya señor Boix?

-              Si, en el hotel. Gracias.

-              ¿desea..?

-              No, no, muy amable.

El cumplido asistente se retiro y nos dejo solos.

-              ¿Dónde ha estudiado francés? –se intereso

-              Primero en la escuela, pero después… viajando.

-              Ah, viajar –elevo los ojos al cielo-. Ahora ya, casi no viajo ¿sabe? Creo que es el mayor de los placeres.  Una persona no aprende nada si no viaja. Una vez le dije a mis hijos: “no volváis hasta que no halláis recorrido por lo menos cien mil kilómetros” – volvió a referirse a mi francés-: tiene buen  acento. ¿sabrá también inglés, italiano…?

-              Y algo de alemán  y portugués… además de las lenguas de mi país, aunque el euskera se me resiste.

Se echo a reir. Me encanto. Daba la impresión de que se alegraba de mi presencia. Eso facilitaría el dialogo. Antes de conocerle no tenía ni idea de si le iba  aresultar agradable, doloroso o indiferente hablar de Cyrille.

El mismo retomo la conversación en el punto que me interesaba.

-              Cyrille, Cyrille, Cyrille –exclamo

Sabía que yo le preguntaría igualmente, así que se lo dije yo:

-              Nuestra revista está publicando un artículo sobre las fill filles.

-              Bueno, yo solo aparezco al principio de la historia de Cyrille –justifico que no pudiera contarme mucho.

-              Pero pienso que, en su caso, ese principio es lo más importante.

Me di cuenta de que empezaba a retroceder por el túnel del tiempo. Sus ojos dejaron de mirarme a mí para asomarse a su interior, a sus recuerdos. Se acomodo mejor en su butaca de jardín.

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⏰ Última actualización: Jun 05, 2013 ⏰

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