II. Callejones mágicos y la hacienda de los García

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II. Callejones mágicos y la hacienda de los García

El famoso Callejón Diagon. Magos y brujas de todas las edades caminaban de un lado a otro. Baratijas y animales flotaban por los aires, al igual que un ave. Era fantástico ante sus ojos. Nada muggle podía compararse con lo que la rodeaba.

— ¿A dónde vamos? —preguntó la pelirroja acelerando el paso para alcanzarla.

Se había distraído con varias criaturas azules que chillaban llamando la atención de los magos más jóvenes.

—Vamos a una tienda para conseguirte una varita, Elizabet. Una bruja no es nada sin ella.

Llegaron pronto a la tienda de varitas Ollivander; el toldo se veía viejo y gastado al igual que el aparador. Al entrar sonó una campanilla junto con el rechinido de las bisagras de la puerta. Enseguida, entre los estantes llenos de largas y estrechas cajas salió un chico joven, tenía el cabello mas dorado que Lena había visto en su vida, al igual que sus cejas y pestañas, tenia ojos de felino y la nariz mas aplastada que pudiese existir.

—Bienvenidas a la tienda de varitas Ollivander, soy Horatio Ollivander, nieto de el señor Garrik Ollivander. Díganme, ¿cómo puedo ayudarlas? —habló el chico mientras se acercaba a la vitrina.

—Venimos a comprar una varita nueva, Horatio ¿A qué más vendríamos a Ollivander? —respondió Minerva McGonagall con su aspecto borde.

Lena sonrió y bajó la mirada para disimular. Le gustaba mucho cómo imponía respeto la directora hacia los demás magos.

—Tranquila, profesora. No tiene que demostrar cuánto me extraña desde que me gradué de Hogwarts. ¿Se le extravió, se le astillo o rompió su varita? —respondió el vendedor de la misma forma.

Parecía que él le tenía mucha confianza como para hablarle de ese modo a una grande y reconocida bruja como lo era Minerva McGonagall.

—Vengo por una varita nueva porque no es para mí, es para ella —respondió mientras señalaba a la chica a su lado—. Y más te vale atendernos pronto si no quieres que me queje con tu abuelo por tu mal servicio.

Horatio bufó, como haciendo de lado las amenazas de Minerva.

—Bien chica, tengo que tomar tus med... —comenzó a hablar mientras se acercaba a ella con una cinta métrica, pero el sonido de muchas cajas cayéndose lo interrumpió.

McGonagall tomó su varita poniéndose en posición de combate, sin embargo del pasillo donde estaba el disturbio de cajas salió un anciano con muchas cajas en los brazos, apoyándose únicamente en un viejo y roído bastón.

Una emoción embriagó al anciano, pues no cabía de felicidad absoluta al realizar esa venta que anhelaba desde hacía años.

—Magdalena Sheathes, he esperado tu llegada, desde hace mucho tiempo —habló a pausas el anciano mientras colocaba las cajas con sumo cuidado en la vitrina. Las trataba como si fuesen de cristal.

— ¡Señor Ollivander! Nos ha causado un gran susto —protestó McGonagall mientras guardaba su varita por reiterada ocasión. No desconfiaba del lugar, pero llevando a su lado a una bruja como lo sería Lena, indicaba estar alerta en todo momento.

—Mis disculpas, profesora McGonagall. Pero, me temo, que no los atenderá mi nieto... Juré, que yo me encargaría, en persona, de vender esta varita.

—Abuelo —lo interrumpió Horatio mientras lo tomaba del codo—, mejor vuelve al cuarto de atrás, ya no estás en edad de...

Pero, no pudo seguir hablando ya que el señor Ollivander le propinó un buen golpe en la nuca con su bastón. Lena rió escandalosa mientras el nieto del anciano la miraba con recelo.

Aprendiz de los doce magos | [Harry Potter Fanfiction]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora