Querida Sam:
Y aquí estoy. De vuelta. Supongo que estaba loca cuando dije que iba a escaparme para ir al cine con Diego. ¿Saben qué? Terminé castigada. Sin internet, celular, salidas, hockey y, lo peor de todos, ¡sin LIBROS! Me los han sacado TODOS.
Te contaré bien todo.
La salida era el jueves por la noche, al otro día teníamos colegio y si le preguntaba a mi madre si podía ir al cine con un chico, me diría que no, ¡por eso decidí escaparme! No porque quería hacerme la rebelde o la “niñaquenolepidepermisoasuspadres”. ¿Entiendes?
A las nueve p.m., la cena ya estaba en la mesa. Mamá, mi padrastro Julián, mi hermanastro Maxi y yo, nos sentamos para comenzar a comer. De verdad que había hambre en mi familia, pero yo…no tenía apetito. Aún no sé si es porque estaba nerviosa por el escape o porque no quería llenarme, ya que en el cine seguro comería algo (palomitas de maíz, gaseosas, dulces, etc).
–Julieta, estás rara. –Dijo mi madre, mientras me servía más carne con patatas fritas.
–No tengo demasiada hambre, –mentí – y además estoy un poco cansada. –Pensé que decir para poder ir a mi cuarto sin armar demasiado lío. –Oigan, ¿no les molestaría si me voy a dormir? De verdad no me siento muy bien.
Mamá y Julián se miraron, mientras Maxi seguía comiendo y se reía. Creo que ya sabía que yo estaba mintiendo.
–Bueno, supongo que no habrá problemas. Te guardaré tu plato en la heladera por si a la noche te da hambre, ¿sabes hija? –Dijo mi madre con pena.
Saludé a todos con la mano, acomodé mi silla en la mesa y me fui a mi habitación.
Me puse un lindo vestido con bordados en la parte de abajo, color turquesa. Me lo había regalado mi mejor amiga para mi cumpleaños del año anterior. Era mi prenda preferida. En los pies, decidí ponerme unas sandalias color crema, con brillos en los sujetadores delanteros. Abrí mi placard y allí vi el collar que mi padre me había regalado antes de que falleciera. Era de plata y tenía un diente de león como símbolo, mi preferido. Me lo puse con cuidado y busqué el anillo de oro que me regalaron, también, para mi cumpleaños. Supuse que ya estaba lista, pero recordé lo que Cecilia, mi mejor amiga, me había dicho esa tarde: “Tienes que lucir fantástica, más de lo que eres. Pero recuerda: no finjas ser otra persona.” Por eso, decidí maquillarme, pero no demasiado. Coloqué en mi cara una base color piel más fuerte que mi color natural y arqueé un poco mis pestañas. Luego me miré al espejo. No quería parecer modesta, pero nunca antes había estado tan bella.