// Capítulo 1.

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Son las 7 de la mañana. Me levanto. Miro por la ventana y pienso “¿por qué de vuelta acá?”, “¿por qué el mundo me espera de vuelta?”, “¿por qué de vuelta la rutina?”, “¿por qué tengo esta vida?”, en fin. Lo de siempre. Nada nuevo. Se me hace tarde para ir al colegio, ¡después vuelvo!

¿Les digo la verdad? Es el peor día de todos. El peor día de la semana. El peor día del mes. Del año. Les cuento…

Mis “amigos” no me hablaron en ninguna hora de clases, ¡soy una estúpida! Yo tampoco tomé la iniciativa. Me miraban, se miraban, hablaban entre ellos, me miraban de vuelta y se reían. Claro, deben pensar que soy una patética. Una ridícula por andar sola en los recreos, ¿no? Sí. Debe ser eso. ¡Yo no quería estar sola! Es que mis mejores amigos (Cecilia y Tomás) se fueron de viaje y no vuelven dentro de dos días. Los llamé y les dejé muchísimos mensajes, pero no responden nada. ¿Estarán enojados conmigo? No lo creo. No hice nada malo con ellos. JAMÁS les haría algo malo.

En fin. Eso no fue lo peor que me pasó. Salí del colegio de muy mal-humor y cuando llegué a mi casa me preparé el almuerzo. Mi madre y mi padrastro trabajaban. Mi hermanastro seguía en el colegio. Por lo tanto, estaba sola. ¡DE NUEVO! ¿Pueden creerlo? Bien, sigamos.

Prendí el equipo de música y puse mi CD preferido: “Believe” de Justin Bieber (mi cantante preferido, por cierto). Me largué a llorar. Pensé en lo fracasada que soy. En lo poco sociable que estoy siendo últimamente. Siento que cambié muchísimo desde que comencé la secundaria y, en pocas palabras, me siento una mierda. Así de simple. Lo que más mal me hace sentir, es la ausencia de mi padre. Sin él…sin él no soy nada. Él era como mi mejor amigo.

¿Y saben qué hice? Agarré un cúter, fui al baño y me encerré allí. Me miré al espejo y me dije:

-Mira lo que eres. Una chica patética. Con pocos amigos. Sin un padre. Enamorada de su hermanastro. Está de los dos bandos. Por Dios, qué ridícula. ¡MÁTATE! Total, ¿quién se dará cuenta?

Así que lo hice. Comencé a cortarme lentamente la muñeca y, a medida que lo hacía, iba llorando. La sangre de mi brazo y mis lágrimas saladas, se mezclaban y caían en el piso. Caían en mi ropa. Caían en la nada. 

"No escondas lo que eres por miedo a que te juzguen".Donde viven las historias. Descúbrelo ahora