Penas

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Mi querido hermano David...

Hace poco más de un día que me ha llegado la triste noticia sobre la muerte de nuestro padre, el cual espero que con madre se haya reunido en paz. Y he de añadir, muy a mí pesar, otra noticia mala más: no podré asistir a su funeral.

Entiendo cuán frustrante pueden llegar a ser estas palabras para ti, pues hace mucho tiempo que no conversamos como se es debido, pero mi afán por escribir me obliga a tener que alejarme de toda distracción. Y quizás también podrás comprender que amor alguno jamás he sentido por el borracho de nuestro padre como para su tumba visitar. Además, dudo si quiera poder llegar a tiempo, y no me gustaría nada que insistas en atrasar el funeral, obligando al cadáver de padre a pudrirse al aire libre.
Lejos de Londres estoy, dirigiéndome hacia el norte, y estas letras desde un bar te las dedico, mientras un descanso me estoy tomando junto al cochero. Un cochero viejo y maloliente cuyo nombre a mi mente no llega y que no me atrevo preguntar, y cuyos límites de inteligencia parecen estar situados en lo más bajo, pero rebosa tal amabilidad y afán por poner interés en mi trabajo que hasta he llegado a cogerle cariño. Y he de añadir que mis sentimientos hacia este local son prácticamente los mismos. Aunque desearía que el desayuno fuera preparado por manos más limpias que las del cocinero de este no tan agraciado local. Si por casualidad llegas a preguntarte "Qué es lo que busca ahora el diablo de mi hermano", mi respuesta es lo que he buscado siempre: secretos. Secretos para mis futuros libros, cómo no. Y es muy probable que haya encontrado unas cuantas pistas de un gran secreto y, si la suerte y mis deducciones no me traicionan, podré encontrar la cuna de tal apreciado tesoro para mí en el pueblo al que me dirijo. Es un pueblo rural, cerca de la ciudad de Edimburgo. Ciudad en la que otro carruaje he de coger, pues este cochero desconoce si quiera la existencia de tal pueblo. Creo recordar que el pueblo se llamaba Redington. Creo... En contacto me puse con una mujer, ya bien entrada en la vejez, que residía en aquel pueblo y que dueña de otras muchas casas es. Julia Smith decía llamarse. Supongo que ha de venir de una familia bien adinerada, o quizás su trabajo a lo largo de esta vida haya sido más que gratificante. El caso es que me ha ayudado a conseguir una residencia en la que pueda pasar unas cuantas semanas mientras trabajo. Sólo espero que, al igual que el cochero, esta mujer tenga el interés por sumirse a lo que es la amabilidad.

Antes de llegar a Edimburgo, es muy probable que vaya a hacer unas cuantas paradas más, pero me temo que no podré dedicarte otra carta durante mi descanso pues breve será. Ya conoces mi poco interés por perder el tiempo. También me gustaría, ya que estoy dedicándote unas palabras, rogarte que hicieras alguna visita a mi piso en Londres. Le he dejado las llaves al borracho de mi vecino Johnson, el que creo que ya conocerás, y que dudo mucho que vaya a acordarse de regar mis plantas y de darle de comer al tuerto de mi gato. Si necesitas dinero, está debajo de mi mesita de noche, pegado al último cajón. Pero espero que ese dinero no lo uses para apostar en esos combates de boxeo que tanto sueles frecuentar los sábados. Y también espero que la cantidad de dinero que hayas cogido sea devuelta sin que tenga que esperar mucho tiempo...

El cochero ya ha salido del bar para preparar el carruaje, por lo que me temo que ya no puedo dedicarte más palabras sin que tenga que ofrecerle un poco más de mi dinero. Una vez más, te ruego que me perdones por esta tan repentina desaparición por mi parte y por no poder asistir al funeral de nuestro no tan querido padre. La carta te llegará en menos de una semana, según me ha asegurado el cartero. Y me voy a asegurar de que sea así. Espero recibir noticias tuyas, las cuales puedes enviar a la dirección que pondré detrás de estas hojas.

Atentamente, tu hermano Jacob.

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