CAPÍTULO 15

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Luego de dejar a Sigma en la cafetería, me quise unir con el resto, en el cuarto A, pero lo encontré vacío. Mi litera era una de las últimas, al igual que las de mis amigos, quizá estaban allí y no los había visto. Al llegar me topé con María, sentada sobre mi cama con dos papeles que parecían ser fotografías.

Me las alcanzó en silencio. Recorrí con mis dedos la foto de Jade, debía de tener más o menos quince años en ella. La doblé y la guardé en mi cofre de metal. Por otro lado, agarré la fotografía de mi madre, cuando estaba embarazada de mí y la rompí en cuatro partes.

—Hazme un favor y quema los restos.

Le tendí los pedazos rotos. Ella no los aceptaba, así que corrí hacia el baño y los arrojé en el inodoro.

—Pensé que querrías recuperar las fotos —comentó con la voz apagada, cuando logró alcanzarme.

—Pensaste mal —le hablé de mala gana, pero de inmediato me di cuenta del tono que había usado—. ¿Necesitabas algo?

—Solo quería avisarte que, antes de la cena, tendrás un test de salud. Te estaré esperando en la sala clínica —concluyó y se fue de allí, cerrando la puerta del baño. Le di la espalda y me quedé de brazos cruzados en silencio.

Escuché como el picaporte giraba, pero cuando volteé me encontré con un hombre, apuntándome con un rifle cargado. Jaló el gatillo sin previo aviso, lanzando un dardo destinado a clavarse en mi cuello. Lo intercepté en el aire, agarrándolo por la colita y se lo clavé en el brazo. En el acto se desplomó en el suelo. Lo esquivé y salí de allí, pero cinco militares más se me aparecieron. Fueron cautos, disparándome antes de que pudiera reaccionar.

El suero no parecía tener mucho efecto en mí, puesto que siempre abría los ojos mientras me cargaban. Todas mis extremidades estaban dormidas y ni siquiera podía escuchar con claridad. Llegamos a un cuarto de paredes blancas y acolchonadas, con luces potentes que me encandilaron. Sentí como arrojaban mi cuerpo al suelo, sin ningún cuidado. Me tomó unos minutos poder levantarme y recuperar la conciencia por completo.

La habitación parecía ser una sala psiquiátrica. Nadie más ocupaba el lugar, solo yo, una máquina a mis espaldas y un armario a su lado. Al parecer, los militares habían olvidado cerrar la puerta. No desperdicié mi oportunidad de escapar y apenas pude dar unos pasos antes de estrellarme contra algo invisible. Me tumbé en el suelo, sintiendo un hilito de sangre derramarse desde mi nariz. Con un poco más de fuerza podría habérmela quebrado.

Me tenían capturada dentro de lo que parecía ser de una gran caja vidriada, sin una tapa sobre la cabeza. La analicé durante unos instantes. Ni siquiera saltando o trepando podría salir. Me senté en un rincón y esperé aproximadamente una hora hasta que alguien se dignó en aparecer.

Como era de esperar, Sigma cruzó la puerta y se sentó en un banquito frente a la caja vidriada. Debí imaginar que este sería su intento de ayuda.

—¿Pretendes darme claustrofobia? —mascullé enojada.

—Notoriamente no, es por ello que te dejé un hueco sobre la cabeza. —Sonrió sintiéndose orgulloso de su gran ingenio. El rostro se le iluminaba al ver que todo salía como se esperaba.

Apoyó ambas manos sobre el cristal y me observó, como si tuviese ante sus ojos a un bicho raro de la mitología griega. Como si fuese un objeto valioso digno de mantener tras el cristal de un museo.

Rodeó la caja y sacó unas mangueras transparentes de un armario. Conectó dos de los extremos en unas bocas que escapaban del cristal y las enchufó en un gran tanque.

—Esto es sencillo. Tú te quedarás allí y dejarás que tu cuerpo se acostumbre a la sensación. —Apretó unos pocos botones y giró una perilla. Aquel gran tanque empezó a vibrar, hasta que se estabilizó. Las mangueras se llenaron de un líquido rojizo que iba cayendo de a chorros dentro de la caja. Las mangueras parecían escupirlo con repulsión por la densidad del mismo.

No Soy una Falla ||LIBRO 1||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora