CAPÍTULO 16

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(Scarlett)

Sentarme y esperar a que alguien pudiera sacarme dejó de ser una opción, luego de ver como la sangre llegaba a la altura de mi ombligo.

Nadie me sacaría de aquí y tendría que empezar a aceptarlo. Después de todo, era la única capaz de resolver cada lío en el que me metía. Por estas razones no dejaba que mis emociones se mezclaran con las de otras personas. Al final siempre estaría bajo mi cuenta y la de nadie más.

Mi última idea podría llegar a sacarme de esta pecera. Según lo que leí una vez, el diamante cortaba al cristal siempre y cuando se le aplicara una fuerza adecuada. Sin más opciones, empuñé mi daga con ambas manos, tratando de que ésta no se me resbalara. Me paré frente a una de las paredes y apoyé la punta de la hoja, fijando mi objetivo. Alcé la daga por sobre mi cabeza y la clavé donde lo había previsto.

Continué presionando y ejerciendo una fuerza sobrehumana.

Empecé a sentir un ruido extraño y al alzar la mirada vi cómo se empezaban a formar grietas sobre el cristal.

Miré las grietas esperanzada, pero estas dejaron de expandirse. La sangre ya me cubría casi el cuello y de algún modo debía terminar de tirar abajo esta pared.

Respiré hondo y le di un fuerte golpe sobre la marca que había hecho desde un principio. Instintivamente, intenté retroceder y me cubrí la cabeza cuando todo empezó a desmoronarse.

Había conseguido liberarme. Quise caminar para buscar mis borcegos, pero me clavé varios pedazos de cristal en la planta del pie. Chillando por el dolor, me arrodillé en el suelo y evité mirar las heridas.

Tan solo me faltaba un metro para conseguir los borcegos, así que me arrastré hasta poder cazarlos por los cordones. Metí la daga allí dentro, y antes de poder intentar alguna otra cosa, los vi entrar por la puerta.

Ares, quien me había traído en sus brazos, me sentó sobre la mesada del baño de chicas. Me sentía impotente y avergonzada. No podía tolerar que el me viera en este estado.

—Salte, Ares —le pedí con los ojos cristalizados por la impotencia, sin atreverme a mirarlo—. Por favor.

El no dijo palabra alguna, simplemente asintió y salió de allí, no sin antes darme una pequeña palmada en el hombro.

Sofía y Mila insistían en que no me moviera para poder ver los tajos en mis pies y los daños en el resto de mi cuerpo.

—¡Si no te quedas quieta, no podré extraer los cristales! —me gritó Sofía, agarrándome los tobillos con brusquedad.

Aparté sus manos y empecé a arrancar los pedazos que se habían clavado en mis pies. El ardor era algo insoportable. Mila calló mis gritos, dándome una toalla para morder y no romperme los dientes.

Al terminar, me mojé la cara para limpiarme la sangre de los ojos. Quise pararme, pero las piernas me flaqueaban. Mis amigas me ayudaron a llegar hasta la ducha y sin otra opción me senté en el suelo. Ambas insistieron en ducharse conmigo para hacerme compañía pero esp no era necesario.

—No puedo creer lo que te ha hecho Sigma. —Mila sonaba indignada—. Querer ahogar a alguien en sangre artificial es demasiado.

—Tendría que matarlo —dijo Sofía, haciéndose oír del otro lado de la ducha—. No, habría que torturarlo y encadenarlo en su sala psiquiátrica hasta que muera de hambre.

No podía creer que aquello saliera de su boca, ella solía ser siempre la amable del trío. Notó que la miraba y pareció arrepentirse.

—Se que estuvo mal decir eso —bufó molesta y me depositó un toallón sobre la puerta.

No Soy una Falla ||LIBRO 1||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora