IX. La respuesta es sí.

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Nueva semana en la escuela; un lunes llenó de un aroma fresco a tierra mojada, con el cielo prometiendo más lluvias de las que ya había habido. La semana pasada atormentaba a todos con un calor insoportable, pero ahora, el frío llegaba a la ciudad y todos lucían sus sudaderas y camisas de manga larga. Como siempre, Eddy pasó por todos sus amigos, incluso por Daniel, quien estaba sentado atrás junto a Eddward. El pequeño aún era muy nuevo en todo lo que estaba pasando, ni siquiera sabía exactamente lo que estaba pasando, pero las manos de Daniel sujetando las suyas lo hacían olvidarse de si eso importaba. Eddy y Ed los miraban por el espejo y sonreían al verlos tan unidos.

Ese mismo día por la mañana, Ed pidió permiso para faltar a la primera clase, pues el entrenador del equipo de lucha había citado a todos sus miembros a una reunión, pues ese día no se podía reunir con ellos más tarde. Estaban todos en el gimnasio, con su profesor frente a ellos que les hablaba de cosas muy importantes.

—Bueno chicos, como algunos sabrán yo tengo un gimnasio independiente a la preparatoria y en él entreno a pequeños y adolescentes como ustedes, tengo varios equipos y entre ellos está un equipo femenil cuyas miembros asisten a esta escuela. He hablado con dirección y me han permitido instalar un equipo de mujeres y...

—Espere —uno de los chicos lo interrumpió—, ¿chicas en el equipo de lucha?

—¿Hay algún problema? —preguntó el profesor muy interesado en la respuesta.

—Pues sí, son chicas.

—Yo sé que son chicas, por eso se les llama equipo femenil.

—Mi compañero se refiere —comenzó a hablar alguien más—, a que las podemos lastimar. —El entrenador comenzó a reír.

—Ah, yo no lo creo así. ¡Chicas ya pueden salir! —El profesor dio un grito llamando a un grupo compuesto por su totalidad de mujeres, que se mantenían ocultas en los vestidores, esperando la señal de su profesor—. Chicos, les presento a las nuevas miembros del equipo de lucha de la Peach Creek School.

Eran cuatro chicas, dos eran muy altas y vestían con ropa deportiva, las otras dos eran más bajas y se mantenían ocultas bajo las chaquetas oficiales del equipo de lucha independiente a Peach Creek, entre ellas, destacaba una rubia de grandes ojos y dientes salidos que se mantenía sonriente, su nombre: May Kanker, hermana menor de las crueles. Cuando Ed la vio se espantó, pues era la primera vez que la veía desde que ingresaron a la escuela, y ella, junto con sus hermanas, se encargó de molestar a los Eds por muchos años, Ed era el amor platónico de la pequeña May.

—Bien chicos sean caballerosos, denles la bienvenida a las chicas —decía el entrenador.

—Sí, y que sea con una reverencia —dijo una de ellas.

—Me niego a pelear en un equipo con mujeres —dijo uno de los chicos.

—Pues estas mujeres pueden patearles el trasero —siguió otra de las chicas.

—Escuchen lindas, les estamos haciendo un favor y evitando que sus lindas uñas y narices se rompan.

—No, nosotras les estamos haciendo el favor a ustedes por no tenerlos pidiendo clemencia justo ahora —dijo May.

—Chicos basta. —El entrenador se puso entre ambos grupos—. Todos sabemos que la única forma de arreglar esto es con una pelea: hombres contra mujeres, el propósito: hacerles entender a todos ustedes que no importa la persona que seamos, cualquiera puede luchar.

—Me parece bien, si tanto quieren morir, adelante —dijo un chico.

—¡Excelente! Eso sería todo, nos vemos la siguiente semana queridos alumnos. —Dicho esto el entrenador se fue, dejando a ambos grupos divididos y retándose con la mirada.

Un nuevo año. Nuevos sentimientosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora