XII. La mañana del día siguiente.

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Las rutinas eran las mismas: levantarse, bañarse, cambiarse y desayunar. Eddward normalmente comía unas rebanadas de pan tostado con una taza de café —cuando hacía frío, cuando hacía calor tomaba jugos de frutas muy refrescantes—. Era otra mañana como muchas, en la cual sus padres no estaban, y no habían estado desde hace aproximadamente dos meses. El trabajo de los padres de Eddward era muy pesado, ambos trabajaban como representantes y agentes; su padre era el representante de un músico que apenas tomaba relevancia en su país, y su madre representaba una cadena de varios artistas, a la vez que estaba presente y organizaba muchas colecciones de arte, algunas veces incluso ayudaba a su esposo con los eventos de su estrella. Algunas veces Eddward se preguntaba porqué sus padres lo habían tenido, si parecían amar más al trabajo.

Cuando salió, cerró su puerta con llave, se las guardó en el bolsillo y se sentó en la banqueta esperando a su amigo. Eddy hace mucho que dejó de vivir en el mismo vecindario que cuando niños, sus padres se mudaron a una casa un poco más chica desde que su hermano se fue, y Eddy, con el deseo de seguir estudiando con sus amigos, fue que se propuso a tener ese auto que ahora tiene.

Kevin también acababa de salir de su casa, y sin poder evitarlo, Eddward alzó su mirada para verlo, ver esa figura y ese ser que tanto lo volvió loco, que incluso puede que seguía enloqueciéndolo. Kevin también lo volteó a ver, y con su mano sólo pudo decir "Hola", y con sus ojos sólo podía decir "No me odies". Sin esperarlo, Eddward también lo saludó, pero parecía más haberlo hecho por educación, pero Kevin lo tomó como una invitación. Caminó hacia Eddward y se paró frente a él, y con una voz muy suave le habló.

—¿Cómo estás? —Preguntó Kev, era la primera vez que hablaban en mucho tiempo.

—Bien —dudó un poco en si contestar—, ¿y tú?

—Bien.

Hubo silencio, un incómodo y apagado silencio; hacían más ruido las cigarras. Kevin se mostraba nervioso, su pie jugaba con una pequeña roca, y los dedos pulgares de Eddward chocaban entre sí, igual de nervioso. El aire frío los recorría, y en susurros parecía que les hablaba para romper aquella tensión.

—¿Y cómo te va en matemáticas? —dijo Edd rompiendo con ese aire.

—El profesor me puso con una chica un grado menor que yo.

—En serio lamento tanto no poder ayudarte.

—No te preocupes Doble... —se pausó—. Tonto... Entiendo que estés ocupado, la verdad es que debería ser yo quien se esté disculpando. Yo tampoco querría estar conmigo después de... Lo siento.

Eddward creía que se estaba disculpando por las últimas semanas, pero en las palabras de Kevin había más. Su disculpa abarcaba años de relación, años que volteaba a ver y reflexionando fue que pudo comprender lo mal que estaba, y las consecuencias que tuvieron. Si Eddward hubiera notado eso, si esa disculpa fuera realmente por todo, ¿lo podría perdonar?

El silencio volvió por unos segundos, hasta que Eddward, con su voz poco aguda y las palabras para abajo intentó hablar de otra cosa.

—Y... ¿quién te está enseñando?

—Creo que se llama Vanessa.

—Ah, Vanessa. Quedó segundo lugar en las olimpiadas de matemáticas.

—Sólo porque tú quedaste en primero, chico listo. —Rieron un poco.

—Es muy buena, seguro aprenderás mucho a su lado... —Tragó saliva— También es muy bonita —Su voz se quebraba, estaba seguro de que Kevin era hetero, y que le gustaban las chicas, las amaba y jamás lo vería ni lo desearía de la misma manera.

Un nuevo año. Nuevos sentimientosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora