VI. Traumas de la infancia

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Los sábados por la mañana siempre carecen de actitud. Casi nadie gozaba de despertarse tan temprano un sábado, menos alguien que no durmió en toda la noche. Kevin, el pelirrojo de la cuadra y el chico más cotizado por las mujeres se mantenía pensante en su habitación, boca arriba, mirando su techo y pensando en ese beso; recuerdo que aún se sentía muy vívido en su mente y cuerpo.

Del otro lado de la calle, el despertador sonaba a las siete en punto los sábados. Y como todos los sábados, el pequeño de cabellos negros despertaba con un largo bostezo. Apagó la alarma, la única que se escuchaba en toda la casa. Eddward se levantó y lo primero de su lista era una fría y refrescante ducha. Después se dedicó a preparar su propio desayuno como era de costumbre, para después, sentarse en esa mesa redonda con tres sillas de las cuales, dos siempre estaban vacías. La casa del pequeño era de tres personas, pero sólo una vivía en ella. Eddward se paseaba de arriba abajo sin que nadie le dijera que hacer, sin ojos que lo vieran por si se caía en medio de la habitación o quebrara un vaso y tuviera que deshacerse de la evidencia. No, él no tenía esos problemas.

El chico intentaba de todo para parecer que era un día normal, pero no lo era. Era el día después de aquel beso, beso que ni en sus sueños lo dejaba en paz. Fingía conformidad, pero la verdad era que tenía más preguntas. Preguntas con respecto al beso, con respecto a Kevin, con respecto así mismo. Eddward estaba enloqueciendo. Su pelirrojo, o al menos el chico al que veía en el verano con deseo, lo besó en los labios.

Tocaron a su puerta. Eddward se paró para abrir. Del otro lado estaba su fiel amigo y compañero de toda una vida, el gran Eddy, quien se mostraba sorprendido e impaciente por entrar. Entró inmediatamente se habría la puerta, pues no solicitaba un permiso para hacerlo. Se sentó en uno de los asientos vacíos de la cocina y con un plato de ricos huevos con tocino frente a él; pues Eddward había cocinado para dos, habló.

—Ahora sí —puso sus manos sobre la mesa—. ¿Qué mierda pasó ayer, Doble D?

El chico ya sabía de lo que se trataba. Había llegado super temprano hambriento. Y no era hambre por el plato de huevos frente a él, no. Era un hambre por saber lo qué había pasado el viernes, el día de ayer.

—Como te dije por mensaje, Kevin me dio un beso.

—¿Y cómo carajos fue ese beso? ¿Qué hiciste para que te besara? —Eran tantas preguntas las que el chico quería decir en ese instante.

—Fue, repentino. No duró más de dos segundos, fue fugaz y tierno... Yo no hice nada, sólo estaba parado frente a él.

—Detalles Eddward.

—Cuando acabamos de estudiar ya se había echo de noche y se ofreció a traerme a casa.

—Y aceptaste a irte con ese patán y no a llamar a tu mejor amigo. Eddward, ¿en qué quedamos? —Las palabras de Eddy, su actitud, estaba enojado.

—Yo sé yo sé, no debí aceptar. Prometí alejarme de él...

—¿Pero?

—¡Pero no lo sé, Eddy! Dijo que era su forma de agradecerme y disculparse por lo del otro día.

—El beso también era parte del paquete, me imagino.

—No lo sé. Sólo llegamos y pasó algo, una conversación.

—¿Sobre qué?

—Le pregunté sobre su comportamiento hacia mí y los cambios tan bruscos de su personalidad. No debí, si lo hubiera dejado como una simple disculpa sin necesidad de querer estudiarlo psicológicamente esto no habría pasado. Y no estaría tan confundido como ahora...

Un nuevo año. Nuevos sentimientosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora