Prólogo

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El día era lluvioso en el Palacio Antiguo de Dorne, además de terriblemente húmedo y tedioso. Era un día perfecto para ir a cabalgar por Lanza del Sol, pero con completa honestidad: cualquier día era un día perfecto para cabalgar según Elia..

La joven se había levantado tarde, como era costumbre para ella incluso sabiendo lo que pasaría aquella tarde...

Se restregó los ojos con sus manos y se puso lo primero que encontró a su alcance: una camisola color marrón claro con unos pantalones negros de tiro alto y unas botas de cuero dorniense. Se trenzó el cabello largo hasta su busto rápidamente y salió con toda velocidad de la habitación para dirigirse hacia los establos.

Se encontró con varios guardias en el camino que le dieron unas miradas bastante extrañas. Pues todos estaban tensos en el palacio...era de entenderse. Elia daba pasos largos en el suelo (aunque bastante silenciosos) lo que le permitió llegar rápidamente hasta la parte sur de la fortaleza Martell; donde se encontraban más adelante los establos. Elia amaba aquel sitió, pasaba más tiempo allí que en su propia habitación... Le fascinaban los caballos más de lo que podía admitir, lo mismo le pasaba con las justas. Practicaba a diario para ser una jinete muy capacitada, y sin duda era una de las mejores de Dorne. Sólo había un leve problema: Elia era una mujer, y las mujeres...no justan. Claro que eso no era algo que le impidiera seguir haciéndolo, pero el resto de la gente se lo dejaba en claro más a menudo de lo que le gustaría.

La muchacha daba un paso tras otro con mucha agilidad y entonces una voz infantil se dirigió a ella, lo que causó que se detuviese.

—Elia, ¿a donde vas? —preguntó su hermana Obella, que llevaba de la mano a la menor de sus hermanas; Loreza. Ambas niñas lucían muy bien vestidas y con los cabellos oscuros cepillados. Elia supo por qué.

—Me voy a cabalgar, regresaré en unas horas —respondió ella en tono neutral.

Las niñas se miraron entre sí.

—Pero El, el barco de padre zarpará en unas horas...—dijo Loreza con una voz llena de inocencia y ternura — ¿acaso no vas a despedirte? —preguntó.

Obella sólo observaba sin expresión, Elia suspiró.

—Estaré en los establos...—repitió la muchacha con las palabras "no, no voy a despedirme" implícitas en lo que acababa de decir.

Luego dio media vuelta y siguió su camino. Caminó y caminó, hasta que finalmente llegó a su destino. Creyó que a estas horas no debía de haber nadie allí, pero se equivocó al ver a Daemon Arena practicando con otro muchacho. 

Daemon era el escudero de su padre; un hombre de unos veintitrés años, piel bronceada, cabello castaño y ojos más claros que la mayoría de personas en Dorne

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Daemon era el escudero de su padre; un hombre de unos veintitrés años, piel bronceada, cabello castaño y ojos más claros que la mayoría de personas en Dorne. El dorniense blandía su espada a la perfección, como si hubiese nacido con ella. Elia se acercó hasta donde se encontraba su caballo; una potrilla de color oscuro muy ágil y hermosa. Ella la había cuidado desde que la yegua había nacido... La adoraba.

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