Elise IV

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Despertó a causa de que los rayos del sol azotaban su rostro como un látigo, obligándola a levantarse.

El día era soleado y fresco. Elise podía sentir la brisa del mar en su piel. Olió su almohada que tenía esa inconfundible fragancia a jazmín.

Desde que tenia catorce años, cuando su esposo la llevó a vivir con ella, en el día de su boda las doncellas que trabajaban para el anciano la habían dicho que debía bañarse en pétalos de jazmín. Se decía que tenían poderes de rejuvenecimiento y belleza eterna. Pero a ella solo le gustaban por su olor tan dulce...

Y con el tiempo se le hizo una costumbre hacerlo. Aunque indudablemente esos poderes habían funcionado con ella; su piel blanca trigueña era tan delicada y suave como la de un niño. Tenía un rostro muy bello, con un par de pecas y un lunar pequeño sobre la parte derecha del labio. Además tenia unas largas y negras pestañas cubriendo esos grandes ojos café. Su mentón era muy puntiagudo y redondo en un rostro con forma de corazón.

Salió de la cama lentamente, frotando sus ojos como una chiquilla y se fue despabilando lentamente. Su cabello estaba completamente enredado y despeinado. Se sentó frente al espejo y comenzó a cepillarlo con paciencia y dedicación.

Se perdió en los reflejos del sol sobre su cabello; daban la impresión de que era dorado, rojizo...y pensó en Oberyn, que afortunadamente no había venido ayer.

Pero no era demasiado tarde todavía...

Entonces sintió que tocaban la puerta.

—Milady —dijo una voz de hombre al otro lado de su puerta, debía ser alguno de sus guardias —. Un hombre quiere verla...

Al escucharlo hablar de nuevo se dio cuenta de que aquella voz era sin duda la de Ser Elbert, lo reconocía a la perfección. Ese hombre fue su guardia desde los quince años, un dorniense regordete de ojos oscuros y calmos. Elbert siempre había estado con ella, siempre.

Escuchó una risa, la suya, la de Oberyn Martell. También la conocía a la perfección...

Cerró los ojos con un suspiro y dejó de cepillar su cabello.

Ella se estremeció y tomó una manta de seda roja para cubrirse, ya que solo vestía un camisón. Por último se preparó emocionalmente para lo que estaba por venir...

—Dígale que entre, Ser Elbert.

Luego de unos instantes la puerta se abrió y Elise vio la figura del príncipe entrando a su habitación sigilosamente. Ser Elbert lo siguió con desconfianza en sus ojos.

—Gracias Ser Elbert, puede retirarse —anunció la mujer

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—Gracias Ser Elbert, puede retirarse —anunció la mujer.

—¿Está segura milady? —le preguntó el hombre, dándole una mirada sospechosa a Oberyn. Éste le sonrió burlón.

—Si, retírese por favor —dijo ella sin expresión alguna y le dedico una dulce sonrisa.

Elise cubrió su cuerpo todo lo que pudo, pues la brisa la estaba haciendo temblar, o eso le gustaba creer: que era el viento.

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