Cap 36

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Me alisé la enmarañada melena con los dedos en un patético intento de adecentar mi aspecto antes de salir del despacho. No volvería a dejarme ver por aquellos pasillos con esas pintas de loca.
Fui escoltada de nuevo a mi celda, donde me encontré una bandeja con un vaso de leche y un pastelito. No es que tuviera mucha hambre, pero hice un esfuerzo y me los tomé. También me trajeron el almuerzo unas horas después.
El resto del tiempo que me quedaba hasta "la hora de la verdad" lo dediqué a aburrirme. Eché de menos tener algún trabajo que realizar, o un examen para el que estudiar, ¡o lo que fuera! Permanecer ahí sola, encerrada, sin nada entretenido o productivo que hacer era desesperante. El tiempo discurría a paso de tortuga.
Estaba mirando la foto que Isabelle me había regalado tumbada boca arriba sobre la cama, con las piernas dobladas y superpuestas una encima de la otra y ejecutando un tic nervioso con el tobillo cuando por fin oí la puerta abrirse.

-¿Stella Tyler? -preguntó un corpulento y trajeado guardia-
-¡La misma! -respondí poniéndome en pie-
-Acompáñenos, por favor.

Después de guardarme la foto y colocar como pude mi desastroso pelo en su sitio, me armé de valor y seguí a los dos guardias que habían venido a buscarme.
Me llevaron por unos pasillos por los que no se escuchaba otro sonido que no fueran mis pasos y los de mis acompañantes. Aquella era una zona de la academia que no recordaba haber visto nunca antes.
Mis nervios crecían a cada momento, mi corazón latía con tanta fuerza que parecía estar luchando por salirse de mi pecho, y mis piernas temblaban como la gelatina.
Los hombres se pararon ante una enorme puerta, la abrieron y asintieron para indicarme que entrara a la sala. Nada más cruzar el umbral, la puerta se cerró a mis espaldas.
Ahí dentro, me esperaban sentados detrás de una mesa el señor Zelazny, Jerry Cole, Eloise y la directora. Frente a ellos había una silla que, evidentemente, era para mí. Me dijeron que tomara asiento y así lo hice.
Zelazny, el profesor que más aprecio mostraba por esa academia, me miraba como si hubiera matado a alguien. Eloise y Jerry estaban impasibles, aunque por un momento me pareció ver algo de pena en sus ojos. Seguro que se esperaban que el espía fuera cualquiera, menos yo.
Isabelle, que tampoco mostraba emoción, fue la primera en tomar la palabra.

-Has sido convocada aquí porque se ha descubierto que, durante tu estancia como alumna en la academia Cimmeria y miembro de la Night School, habías estado manteniendo el contacto con Nathaniel St. John y realizando trabajos de espionaje para él. ¿Niegas alguna de esas acusaciones?

-No, no las niego -respondí con firmeza.
-Si tienes algo que decir, ahora es el momento de que expongas tu defensa e intentes demostrar tu inocencia. Cuéntanos, ¿qué circunstancias son las que te llevaron a hacer eso?

Empecé por relatar mi historia desde la muerte de mis padres en el incendio y cómo Nathaniel se había convertido en mi nueva "familia".
En ningún momento hablé con la intención de convencerles de nada, ni quería darles lástima, pero había algo liberador en esas declaraciones. Ya no me quedaban mentiras que contar ni secretos que mantener.
Por algún motivo, me acordé de todas esas veces en las que sentía que me había enemistado con la gente equivocada. Desde luego, tenía que haber escuchado a mi corazón mucho antes.

-¡Qué horror! -comentó Eloise- ¿Y sigues estando de su parte después de saber lo que hizo?
-No. Y no lo habría estado nunca si lo hubiera sabido desde el principio.
-¿Te arrepientes, entonces, de todo lo que has hecho para él? -continuó Jerry Cole-
-Naturalmente que sí.
-Pero, según dice, él le hacía a veces visitas sorpresa -replicó Zelazny-. ¿Qué haría si estuviera ahora usted en su dormitorio y él se apareciese de repente?

Me dio la sensación de que Zelazny pretendía pillarme. Era una pregunta muy difícil, ni siquiera yo me la había planteado todavía. Seguramente, me paralizaría el miedo ahora que sabía con qué clase de loco tendría que enfrentarme.
Siempre había sido consciente de que Nathaniel no era un hombre normal: era rico, poderoso, influyente, exigente, perfeccionista, algo maníaco en algunos aspectos... Y jamás consentía que le fallaran o le traicionaran. Pero era tan bueno conmigo que nunca había sospechado que estaba tan mal de la cabeza como para hacer lo que me hizo. Realmente no tenía límites.
Y si apareciera ante mí de repente...

Stella en CimmeriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora