Al fin supiste mi nombre, supiste que existía, hablar contigo fue lo mejor que pude haber hecho ese día, tu voz era como música para mí, aunque hablabas de tonterías me gustaba escucharte.
Cuando te veía sentía algo raro, eran como abejas volando en el centro de mi estómago, mi corazón latiendo muy rápido y mi vista solo se enfocaba en ti, mis oídos solo te escuchaban a ti.
Una vez me descubriste mirándote, me sonrojé inmediatamente, no sé si te diste cuenta pero sonreíste, te devolví una tímida sonrisa, las abejas se movieron más rápido, el corazón casi se sale de mi pecho solo por el mínimo momento en el que me prestaste atención.
Ese día me convencí de que me gustabas.